Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo: «En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.
En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado» (San Juan 13, 16-20).
COMENTARIO
El Señor está preparando a sus discípulos para enviarles a todos los rincones del mundo, y anuncien a todas las gentes lo que han visto y oído. Y así, asentar la misión de evangelizar, que durará hasta el fin de los tiempos.
“En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que el que le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis, seréis bienaventurados”.
La primera indicación que les da les deja muy claro que son enviados, y han de seguir el mensaje que Él les está dando. Han de ser testigos en todos los rincones del mundo de las palabras que el Señor les ha comunicado, de los milagros que han visto con sus propios ojos. Han de dar testimonio de la vida del Hijo de Dios en la tierra, de que Él es “manso y humilde de corazón”, y de que Jesús ha venido a la tierra “no para ser servido, sino para servir”, y “dar su vida en de Redención de muchos”. Y proclamar, sin miedos, sin cobardías, la Muerte y la Resurrección de Cristo, expresión sublime del Amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a los hombres.
El Señor que espera de cada uno de ellos una respuesta libre y llena de amor, les pone en guardia ante posibles situaciones de debilidad y de rechazo:
“No lo digo por todos vosotros: yo sé a quienes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: “El que come mi pan levantó contra mí su talón” Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que soy Yo.”
La historia de la Iglesia está llena de santos y salpicada de personas que el Señor eligió para el sacerdocio, el episcopado, que le volvieron la espalda, renegaron de Él, e hicieron mucho daño en los fieles a ellos confiados. Unos han negado radicalmente a Dios; otros han hecho incluso propaganda atea; otros han querido interpretar los dogmas y la moral a su manera, e inventarse una iglesia a su imagen y semejanza; no pocos han originado cismas y fracturas en el cuerpo de los fieles, usando en vano el nombre de Cristo.
Los Apóstoles van a vivir personalmente esta situación con la traición de Judas, y reaccionan siendo muy fieles al mandamiento del Señor. Unos acabarán sus vidas anunciando a Cristo en tierras lejanas, muriendo mártires en testimonio de Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida, después de vivir el gozo de bautizar a quienes les escuchaban el anuncio de Cristo, y ver que seguían adelante como verdaderos discípulos del Señor. Otros murieron como Juan, mártires de Amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y dejando un testimonio perenne de su Fe, de su Esperanza, de su Caridad. Testimonio que permanecerá firme hasta el final de los tiempos. Todos han muerto pudiendo decir con san Pablo: “No soy yo, es Cristo quien vive en mi” (cfr. Gal 2, 20); y también como san Juan, decir “No hay para mí mayor alegría que oír que mis hijos caminan en la Verdad” (3 Juan 5).
Y la Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica, después de la Resurrección y Ascensión de Jesús al Cielo, comenzó a florecer, dando vida a la consideración que Cristo les hizo en aquella ocasión:
“En verdad, en verdad os digo: quien recibe al que Yo envíe, a Mí me recibe; y quien a Mí me recibe, recibe al que me ha enviado”.
La Iglesia tiene la misión de seguir anunciando toda la Verdad de Cristo, y así decir a todos los fieles, las mismas palabras que san Pablo dirigió a los Gálatas convertidos a Cristo: “aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Como os lo acabamos de decir, ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema! (o sea, sea maldito)” (Gal. 1, 8-9).
La Iglesia ha caminado a lo largo de estos primeros dos mil años de su historia, viviendo el buen espíritu de ser enviada, y defendiendo siempre la totalidad del mensaje recibido de los apóstoles, de Cristo, y reafirmando su fidelidad a la Sagrada Escritura, a la Tradición, y a su propio Magisterio.
Acudamos con nuestras oraciones a la Virgen Santísima para que, como Madre de la Iglesia, ilumine al Papa, a los Obispos y a todos los que formamos parte de la Iglesia, sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, y podamos, así, seguir muy fielmente a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Y anunciar con nuestras palabras y con nuestras vidas, que Él es el Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero que tiene “Palabras de vida eterna”.