«En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: “Padre santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad”». (Jn 17,11b-19)
Hoy, también, estamos inmersos en un mundo de increencia y desunión de los cristianos. El pasado mes de enero tomábamos parte en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, Oración Ecuménica. ¡Qué bueno, qué agradable es que los hermanos vivan juntos en unidad!
El Padre ha entregado a Jesús el grupo de los que responden a la llamada de la vida; son los que escuchan y aprenden del Padre. El efecto de esta comunicación será doble: la unidad de los que participan de Él, y su entrega a la difusión de ese amor/vida en el resto de la humanidad.
“Pascua espléndida, Pascua del Señor.¡Pascua! Abracémonos unos a otros. Festiva alegría del espíritu. Jesucristo pide al Padre que nos guarde del mal, que nos consagre en la verdad, que su palabra cale en nuestro corazón y nuestra alegría sea completa. Así podrá enviarnos al mundo, sabiendo que por ser cristianos, seguramente seremos odiados, pero el mundo necesita testigos de su amor. ¡Y aquí nos tienes, dispuestos a dar testimonio de Él con amor y con fe! No se puede gozar a solas, sino que hay que compartir con los otros la fiesta, y así la siembra prometedora será cosecha abundante.
Miguel Iborra