Pablo VI amó la verdad de Cristo por encima de la fama y la vanagloria de este mundo. Había empezado su pontificado en 1963, a la muerte de San Juan XXIII, siendo alabado por los grandes medios de comunicación y lo finalizó al fallecer en 1978, vilipendiado y atacado por los mismos medios poderosos. El mundo nunca le perdonó la publicación de la encíclica Humanae Vitae (1968).
Desde el principio del cristianismo, la doctrina de la Iglesia siempre ha sido contraria al aborto y a la anticoncepción. En 1951 se obtuvo en el laboratorio la píldora anticonceptiva y en la década de los sesenta empezó su comercialización. A la muerte en 1963 del recién canonizado San Juan XXIII, algunos teólogos consideraron que la píldora anticonceptiva era una novedad no contemplada por la doctrina tradicional de la Iglesia, y por lo tanto, según ellos, se podría asimilar a la planificación natural de la natalidad. Pablo VI consultó a un comité de expertos y estos opinaron mayormente a favor de su uso. Asimismo preguntó a un grupo de cardenales y obispos, y estos también dieron una opinión favorable a la moralidad de la píldora, por una mayoría de nueve sobre dieciséis. Mas el pontífice no se dejó llevar por la opinión mayoritaria y consultó al Señor.
Pablo VI, tras un periodo de sufrimiento y oración, no tomó el camino fácil que le hubiera dado el aplauso del mundo, sino que fue fiel a la tradición de la Iglesia y amó la verdad de Cristo por encima de todo lo demás: “Todo lo considero basura por amor a Cristo” (Fp 3,8). El 25 de Julio de 1968 publicó la encíclica Humanae Vitae ycon ello sufrió el rechazo de la sociedad. Tal fue su sufrimiento que quizás por este motivo esta fue su última encíclica en los siguientes diez años en los que se prolongó su pontificado. Como expresó un testigo de esos días, el cardenal Agostino Casaroli, “el Papa Pablo VI firmó su propia pasión al firmar la Humanae Vitae”.
El mundo
La reacción de los periódicos más poderosos del momento fue de total rechazo: “El estupor domina en el Vaticano” (Le Monde), “Píldora amarga” (Die Zeit), “Nueva condena a Galileo” (Frankfurter Allgemeine Zeitung), fueron algunos de sus severos titulares. Las críticas vinieron desde fuera y desde dentro de la propia Iglesia: “Roma parece haber perdido en un solo momento lo que había tardado siglos en construir” (Yves Congar, teólogo y fraile dominico). Algunas conferencias episcopales del centro de Europa no ocultaron su malestar por la encíclica. Muy pronto, afamados teólogos publicaron artículos en periódicos y revistas invitando a los matrimonios cristianos a desobedecer al Papa. Sin embargo, Pablo VI nunca buscó el aplauso ni siquiera la aprobación del mundo, sino solo ser fiel custodio del tesoro de la tradición de la Iglesia.
“Raramente un texto de la historia reciente del Magisterio —escribió en 1995 el cardenal Ratzinger— se ha convertido en signo de contradicción como esta encíclica que Pablo VI escribió a partir de una decisión tras múltiples sufrimientos”.
La cultura de la muerte
Sin embargo, hoy podemos afirmar que la Humanae Vitae fue una encíclica verdaderamente profética, porque somos testigos del inmenso mal causado a la humanidad por la píldora: “Liberación que serviría de catalizador para la irrupción cultural de fenómenos como el aborto, el divorcio, el feminismo radical o la ideología de género; y que constituiría tal ataque contra la familia y la maternidad que hundiría la demografía de Occidente y causaría la actual crisis económica” (Juan Luis Vázquez Mayordomo).
“Donde la anticoncepción se ha difundido a gran escala, la legalización del divorcio se ha convertido en su consecuencia natural” (Brian Clowes).
“La tecnología de la anticoncepción ha generado un resultado inesperado: más abortos, más familias monoparentales, más hombres que abandonan su papel de padres y más divorcios” (Lionel Tiger).
“El sida es hijo de la píldora” (Luc Montagnier, Premio Nobel de Medicina 2008, descubridor del virus del Sida).
“Si a la sexualidad le eliminamos la procreación, solo le queda el placer. Y si solo nos queda el placer elegimos el adulterio, el divorcio, el aborto, la homosexualidad, la promiscuidad, todo lo que nos proporciona placer sexual; y entonces ya no es necesario el matrimonio heterosexual, monógamo e indisoluble” (Jorge Scala).
El milagro
El 20 de diciembre de 2012, el Papa Benedicto XVI proclamó la heroicidad de las virtudes de Pablo VI. Está en proceso su causa de beatificación. En diciembre de 2013 la consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos, presidida por el doctor Patrizio Polisca —médico personal de Benedicto XVI y ahora de Francisco— ha calificado de “inexplicable” la curación de un feto ocurrida gracias a la intercesión de Pablo VI. Se trata de la curación milagrosa de un feto con grandes daños cerebrales que tuvo lugar en California a principios de los años noventa, y cuya madre, en lugar de seguir los consejos de los médicos y abortar, se puso a rezar y pedir la intercesión de Pablo VI. El niño nació completamente sano, aunque los médicos esperaron prudentemente hasta que alcanzara la adolescencia para confirmar su normalidad. Hoy es un joven lleno de vida. No es casualidad que el primer milagro reconocido de Pablo VI, el Papa de la Humanae Vitae, haya sido a favor de un niño no nacido.
Abiertos a la vida
“Creo que el mensaje de la Humanae Vitae no es una carga sino una fuente de alegría” afirmó el arzobispo de Filadelfia, Monseñor Charles Chaput, en el trigésimo aniversario de su publicación. De esta fuente de alegría son testigos todos los matrimonios cristianos que hoy viven abiertos a la vida, pues solo Dios es el Señor de esta.
El Instituto Pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia, institución que tiene su sede en la Universidad Pontificia Lateranense, entregó el 13 de mayo de 2009 —festividad de la Virgen de Fátima— el doctorado «honoris causa» a Kiko Argüello y a Carmen Hernández, iniciadores del Camino Neocatecumenal, por la acogida sin reservas de la encíclica profética de Pablo VI Humanae Vitae por parte de las familias de las comunidades del Camino.
La comunión con Pedro, “dulce Cristo en la Tierra”—como llamaba Santa Catalina de Siena al Papa— ha dado frutos inmensos a todas las diócesis, movimientos, comunidades, matrimonios y familias que han sido fieles a la Humanae Vitae y a la tradición de la Iglesia, y confirma una vez más que la obediencia al Espíritu Santo es la única fuente de vida para la humanidad.
Javier Alba