En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «¡Cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará» (San Mateo 10, 17-22).
COMENTARIO
Conforme a la secular tradición de anunciar las fiestas móviles del calendario litúrgico tras la proclamación del evangelio el día de la Epifanía (el conocido canto del “Noveritis”), un antiguo párroco de mi pueblo que, por cierto, no destacaba por el don de la oratoria, comenzó la homilía del día de Reyes anunciando la inminencia de la cuaresma, haciendo especial hincapié en prepararnos para la celebración de la Pasión y Muerte de Cristo. Una entrañable anciana de la feligresía no pudo reprimir su ánimo y exclamar vehementemente desde su asiento: “¡Pobre niño! Casi no acaba de nacer y ya están pensando en matarlo.”
Y, efectivamente, es así. No se puede confundir el “espíritu navideño” con mera sensiblería, infantil y melindre. Los ángeles de Belén no anunciaron un “Jesusito” edulcorado, melindre, empalagoso; sino al Salvador. Y la salvación se realiza en el Misterio Pascual. Los “evangelios de la infancia” son un prólogo de cómo se realizará la misión del Mesías. Mateo se dirige a una comunidad de ámbito judío, rechazada y expulsada de las sinagogas y que encontrará mayor acogida en el ámbito de los gentiles. Un Jesús rechazado por su pueblo (Herodes) y reconocido por los gentiles (Magos de Oriente). El pesebre es ya lo contrario a una cuna. Cualquier madre elegiría el lecho más limpio y sedoso posible para recostar a su bebé. Una cuadra es todo un símbolo doloroso de pobreza y de miseria; de exclusión y rechazo. Los maderos del establo apuntan al madero de la Cruz.
La fiesta del martirio de Esteban, justo al día siguiente de la Navidad; no viene a amargar la alegría de estas fiestas. Todo lo contrario. Ante unas navidades cada vez más huecas, como las bolas de los arbolitos y cada vez más inanes, como la insustancia del espumillón, toca defender la solidez y la necesidad de revivir el acontecimiento que ha cambiado la historia de la humanidad.
La justicia penal actual reconoce, dentro del derecho a la defensa, el no autoinculparse, llegando incluso a justificar la mentira. Estamos asistiendo con perplejidad a las triquiñuelas legales entre legisladores con tal de controlar a los tribunales. Se dice con total normalidad que la mejor defensa es un buen ataque. Y ante ciertas leyes que, efectivamente “claman al cielo”, algunos celosos de su propio celo, se erigen los “defensores de Dios”. ¿Defender a Dios? Mi experiencia es más bien la contraria; es Él quien me defiende a mí.
La mejor defensa es no preparar la defensa: Esteban no se defiende, sino que da testimonio: “Veo el cielo abierto”; pone su vida en manos de Cristo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” y muere perdonando a sus verdugos: “No tengas en cuenta su pecado”. La joya del Evangelio: El amor al enemigo. Algo solo posible desde el misterio de la Encarnación. Raíz de la verdadera alegría.