En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: «¿Adónde vas?» Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.
Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado» (San Juan 16, 5-11).
COMENTARIO
Hoy el Evangelio nos ofrece una comprensión más profunda de la realidad de la Ascensión del Señor. En la lectura del Evangelio de Juan del Domingo de Pascua, Jesús le dice a María Magdalena que no se aferre a Él porque «aún no he subido a mi Padre» (Jn 20,17). En el Evangelio de hoy Jesús se da cuenta de que «por haberos dicho esto, vuestros corazones se han llenado de tristeza», por eso indica a sus discípulos que «os conviene que yo me vaya» Jesús debe ascender al Padre. Pero esta despedida de Jesús, sin embargo, es necesaria e Incluye una promesa: «Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré». Y esa es hoy la gran alegría y la gran esperanza de los cristianos.
Esperanza hecha realidad de forma impetuosa el día de Pentecostés, diez días después de la Ascensión de Jesús al cielo. Aquel día además de sacar la tristeza del corazón de los Apóstoles y de los que estaban reunidos con María, los confirma y fortalece en la fe, de modo que, «todos se llenaron del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu Santo les impulsaba a expresarse».
Este Hecho, que transforma a los apóstoles, también puede transformarnos a nosotros y al mundo entero, a todos los hombres. La fuerza de este espíritu que hoy Jesús promete se hace presente y real a lo largo de los siglos a través de la Iglesia, ya que, se anuncia a todos y en todas partes que Jesús verdaderamente resucitó, está sentado a la diestra de Dios Padre y vive entre nosotros.
No cabe pues la tristeza ni la desesperanza… Jesús nos esta prometiendo hoy el paráclito, su mismo espíritu de resucitado. Estamos ya camino de la Ascensión y de Pentecostés, pero El seguirá y sigue presente hoy en el mundo y en la iglesia aunque nuestros ojos no puedan verlo físicamente. Pero tenemos la seguridad que él nos acompaña siempre y en todo momento, para llevar a término nuestra vocación a la santidad y la salvación de todos los hombres.