Durante el tiempo de Adviento, y haciéndome eco de las profecías mesiánicas, en las se prefigura la venida del Señor con imágenes del desierto convertido en vergel, donde abundan los cedros, las acacias, los mirtos, los arrayanes, los olivos, los cipreses, los olmos, los enebros y los alerces (cf Is 41, 19), he ido presentando los diferentes árboles que aparecen en las Sagradas Escrituras como materia prima para la construcción del templo y para extraer los aromas preciosos con los que rendir culto al único Dios.
Pienso que ha sido un acompañamiento un tanto original, aunque en la cultura cristiana se adornan la casa y las iglesias cada vez más con especies vegetales en el tiempo de Adviento, costumbre que culmina sobre todo con la introducción del árbol Navidad.
Creía que ya era suficiente mi ofrecimiento. Además, pienso que en los días festivos se vive más ajeno a los medios de comunicación, y por tanto no parece necesario seguir con el envío de más consideraciones.
Y cada vez que decidía cortar mis envíos, se me presentaba como una especie de llamada a continuar ofreciendo durante la Navidad nuevas imágenes, y sentía que bien podrían ser como eco de la escena cumbre de Nochebuena, cuando, según el relato evangélico, aparece la cohorte celestial entonando himnos en honor del Niño de Belén: Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace» (Lc 2, 14-15).
Cuando estaba en estas consideraciones, de manera providente, el día 13 de diciembre, me invitaron a escuchar un concierto de Navidad en la iglesia de los Apóstoles de Colonia, donde violines, violas, címbalos, violonchelos, contrabajos, junto con el oboe se conjuntaban en la interpretación del Concierto para oboe, de J. S. Bach, (BWV 1060ª), que me confirmaba la llamada.
Ya había decidido ponerme a escribir los cuadros de Navidad con el protagonismo de los distintos instrumentos musicales que aparecen en la Biblia, y al rezar la oración de la mañana, del día 14, me encuentro con el texto del profeta que canta a modo de salmo: “Tañed para el Señor que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra…” (Is 12, 5-6).
Puede parecer excesiva coincidencia, y cuando estaba dando una meditación a las Hermanas del Amor de Dios como preparación para la Navidad, al levantar los ojos, me encontré con un cuadro en el que aparece un ángel tocando el violín, e inmediatamente decidí componer el retablo de Navidad, a manera de los arcos ojivales de las portadas góticas. Y me puse a escribir, con el deseo de que estos días, a alguien le acontezca la Providencia de acontecimientos reveladores de la presencia invisible del Emmanuel, y se alegre su corazón.