Es esta que os entrego un resumen de la oración original de San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, Santo Maestro de la Fe y Patrono del Clero Español, que el santo utilizaba para su devoción particular, y que con harto dolor he tratado de abreviar suprimiendo párrafos bellísimos de pensamientos, loas y súplicas de un corazón arrepentido que implora el perdón. Y en todo lo demás, he adaptado, someramente, y en lo más imprescindible, los arcaísmos del buen castellano del santo autor para su mejor comprensión por los lectores. El texto original y completo, con más del doble de la extensión que ahora se os propone para estos días santos de Pascua o de cualquier época del año, está contenido en el Tomo I de la OBRAS COMPLETAS DEL BEATO JUAN DE ÁVILA, de la colección “Biblioteca de Autores Cristianos” que publicó la Editorial Católica SA, en Madrid, año 1952, páginas 1080 y siguientes.
ORACIÓN DE UN PECADOR QUE SE CONVIERTE A DIOS
¡Oh justísimo Juez! ¡Oh sumo aborrecedor de pecados! Y ¿cómo habéis sufrido tantos años y tiempos cosa tan vil, tan ingrata y tan desleal delante de vuestros ojos? ¿Cómo a mí que soy polvo y ceniza, tantas horas, tantos días, meses y años, me habéis sufrido tanto? ¿Cómo, habiendo en mí tantos pecados y tan feos, me habéis dejado sin castigo?
Espántame, Señor, vuestro sufrimiento; admírame vuestra paciencia; afréntame y confúndeme vuestra grandeza cotejada con mi bajeza; tiembla mi corazón, hallando en sí tal inutilidad de ofensas, y contra tan rigurosa justicia y tan grande poder.
Confundido y afrentado ando, Señor. Tan confundido y tan afrentado, que ni oso alzar los ojos para mirar el lugar donde vos estáis, ni me atrevo a implorar el socorro de vuestros amigos, que con tanta razón estaban indignados por haber tantas veces ofendido a Señor que tanto ellos aman.
Padre de misericordias, abismo de piedad, socorro de los desamparados, compañía de los solos, alegría y consuelo de los tristes, ¿por qué no osaré yo aparecer delante de vos para que, mostrándoos la muchedumbre de mis miserias, me remediéis con la inmensidad de vuestras misericordias?
¿Vos no sois aquel buen pastor que con todo cuidado buscó la oveja perdida, y la puso con mucho gozo sobre sus hombros, y la devolvió a su aprisco? ¿No sois vos aquel amorosísimo padre que con tanta alegría y regocijo recibió al hijo perdido? Hechura soy de vuestra mano, oveja vuestra, criada en el campo de vuestra Iglesia, señalada con vuestra sangre y comprada con vuestra vida.
Aunque con angustia de corazón, a vos me iré, a vos invocaré y llamaré: Tal médico pide mi enfermedad; tal cirujano las heridas de mis pecados; tal pastor la perdición de mi vida, tal lumbre la tiniebla de mis maldades, tal remediador mi gran necesidad, tal misericordia la inmensidad de mis miserias, tales riquezas la pobreza de mi espíritu, y tan inestimable bien mis incomparables males.
Oh más padre que todos los padres, más misericordioso que todas las misericordias, más dadivoso y más liberal como jamás se acertó a pintar por sabiduría creada! Que por ser vos tal, me atrevo a pedir tanto, confiado en que la grandeza innumerable de mis males no detendrá la grandeza de vuestros bienes, ni tropezará tanta misericordia en la bajeza de mi miseria.
Espantosa cosa son mis culpas, pero más espanta el grande sufrimiento vuestro. Desmaya mi corazón viéndose anegado en tan grande profundidad de torpedades; pero confía, por otra parte, descubriendo en vos el agua que salió de vuestro pecho y la sangre que salió de todo vuestro cuerpo para pagar las ofensas, para aplacar la ira del Padre contra los pecadores, para cubrir todas las fealdades que le podrían desagradar y provocar a ira. Lávame, Señor, en tal agua, aplícame tal redención, cúbreme con tal ropa, y seré digno de aparecer delante de tan limpios ojos.
Salvador mío, Redentor mío, Dios y Padre mío: tócame, tócame con vuestra mano. Que no salgan de mí sino continuos loores, perpetuas alabanzas; que no cese de amaros, de desearos, de buscaros, de con solo vos holgarme, a solo vos tener por descanso, por deleite, por contento, por alegría, por riqueza, por salud, por honra y por vida.
¡Oh bien sin repunte de mal! ¡Alentadme vos para que pueda tan bien emplearme! ¡Oh luz tan ajena de tinieblas, alumbradme para que vea yo la riqueza vuestra y la miseria de todo lo de acá! ¡Oh hermosura tan sin falta! ¡Mostradme algún rostro vuestro para que vea la fealdad y bajeza de todo lo que antes me parecía hermoso! ¡Oh dulcedumbre tan sin amargura! ¡Oh deleite tan sin pesar! Júntame a vos con tanta firmeza, que nadie sea parte de tal dulzura ni pueda de tales deleites desviarme, sino que ni descanso ni trabajo, ni honra ni afrenta, ni prosperidades ni adversidades, ni riqueza ni pobreza, ni deleites ni desabrimientos, ni salud ni enfermedad, ni vida ni muerte, ni cielos ni infierno, todo no sea bastante para apartarme de vos, que sois la fuente de todo el descanso, de toda la honra, de toda la prosperidad, de todas las riquezas, de todos los deleites, de toda la salud, de todos los bienes. AMÉN.
Horacio Vázquez.