Señora, Santa María: El día que te invocamos como Madre de Dios, al igual que lo han hecho los cristianos desde el siglo III, recuerdo unas palabras que me decía mi madre: “Madre solo hay una”. “Para una madre no sirven razones”. Desde esta memoria de las enseñanzas entrañables, acudo ante tu presencia para felicitarte y felicitarme, por saberte mi madre.
Si la mujer que nos da a luz a este mundo es con toda razón nuestra madre, tú, la que trajiste al mundo al mismo Hijo de Dios, te has convertido en madre de todos los hijos de los hombres, de todos los que hemos sido hechos por Dios a imagen del Primogénito, de tu Hijo amado.
Gracias a tu maternidad divina, y según el encargo que recibiste de tu Hijo cuando estabas con Él junto a la Cruz, te puedo llamar con toda razón madre. Así te invoca el pueblo cristiano: “¡Dios te salve, reina y madre de misericordia!”
Si eres la Madre de Dios, a la vez que madre de todos, es porque en ti nos encontramos con el Hijo de Dios hecho hombre en tus entrañas, hecho hermano nuestro, gracias a que Tú lo diste a luz en Belén.
Si tú, según las Sagradas Escrituras envolviste en pañales a tu Hijo en Belén y le hiciste una túnica sin costura, también, gracias a que diste naturaleza humana al mismo Hijo de Dios, nosotros somos envueltos en el mejor pañal y en la más espléndida túnica, al ser revestidos de la misma carne que Jesús, la de Dios hecho hombre en tu seno y hermano de todos los hombres.
Por el nacimiento del Hijo de Dios de tus entrañas, Santa María, todos los seres humanos recuperamos la dignidad más alta, que nada ni nadie nos puede quitar, la de ser hijos de Dios e hijos tuyos.
Si tú, a pesar del dolor que ibas a padecer, te atreviste a adelantar la hora de la entrega de Jesús, en la que debía llevar a cabo la voluntad de su Padre para salvación del mundo, te pido que no te arredres conmigo. Atrévete a empujarme también para que cumpla en mí lo que Dios tiene como proyecto suyo para bien de todos.
Es muy distinto emprender un camino, por noble que sea, en total soledad, que iniciarlo y seguirlo con la presencia y mirada de quien te ama, como lo hiciste Tú a lo largo de la vida de Jesús, cuando te presentabas en medio de la gente atenta a las enseñanzas de tu Hijo. No dejes de permanecer a nuestro lado durante la travesía de la vida, porque de ello va a depender la fidelidad, y sobre todo, el ánimo en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Madre, no te eches atrás en el momento recio, y al igual que cuando te mantuviste de pie junto a la Cruz, permanece siempre junto a nosotros, sobre todo en las horas más difíciles, en las que seamos probados.
Ángel Moreno.