Serio problema por el que atraviesa un mundo tan condicionado por las oleadas del pagano materialismo es que, los que nos decimos cristianos y aspiramos a mejorar lo mejorable, trabajamos poco por los demás y rezamos menos, si es que, incluso, no hemos perdido totalmente el hábito de lo que Santa Teresa llamaba “oración de quietud”, esa sencilla e íntima forma de rezar que es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».
Tiempos no menos inestables y desconcertantes que los actuales eran aquellos en los que, rezando y trabajando, vivió San Benito de Nursia (480-547), declarado “Patrón de Europa” por Pablo VI el 24 de octubre de 1964 en reconocimiento a todo lo que hizo por una civilización de la que seguimos viendo sus frutos .
Ese hombre excepcional hizo de su “Santa Regla” el soporte de la vida monástica y guía de toda persona que vive en este mundo sin desviarse del camino hacia el anhelado encuentro con Aquel que todo lo hizo bien sin perder el tiempo en divagaciones estériles puesto que, según el capítulo 48 de la Santa Regla, «la ociosidad es enemiga del alma. Los hermanos deberían participar en unos momentos concretos en el trabajo manual y en otros momentos concretos en la lectura de la palabra de Dios». Es así cómo, para clérigos y seglares, ese gran santo ha pasado a la Historia como maestro del saber vivir en cristiano pese a que los poderes de este mundo parecen no dejar resquicio a la esperanza en un futuro más ajustado a la Ley de Dios y, por lo tanto, más humano. Rezando y trabajando es como nos hacemos fuertes frente a esos poderes.
Al respecto, creemos de lugar recordar las siguientes palabras de S.S. Benedicto XVI:
Hoy Europa, que acaba de salir de un siglo profundamente herido por dos guerras mundiales y por el derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado como trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de la propia identidad. Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente, de lo contrario no se puede reconstruir Europa. Sin esta savia vital, el hombre queda expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX, ha causado, como ha revelado el Papa Juan Pablo II «un regreso sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad» (Insegnamenti, XIII/1, 1990, p. 58). Al buscar el verdadero progreso, escuchemos también hoy la Regla de san Benito como una luz para nuestro camino. El gran monje sigue siendo un verdadero maestro del que podemos aprender el arte de vivir el verdadero humanismo. (Zenit)
El Evangelio nos enseña que una oración al estilo de la que dicta Santa Teresa es capaz de “mover montañas”. Frente a los escépticos sobre tal verdad, bueno es recordar la impresión que le produjo al científico y místico Teilhard de Chardin una especie de cuento-parábola de R. H. Benson, el genial autor del apocalíptico libro “El señor de este mundo”:
“Benson imagina que un vidente llega a la capilla solitaria en la que reza una religiosa. Entra. Y he aquí que alrededor de ese lugar ignorado ve de pronto cómo el mundo entero se despliega, se mueve, se organiza de acuerdo con la intensidad y la inflexión de los deseos de aquella orante, en apariencia sin relieve” (T. Chardin, “Le Milieu divin”, p. 167).
¿No podemos creer algo así al comprobar la labor misionera de Santa Teresita de Lisieux, que dedicó su joven vida a rezar y trabajar por los que aun no conocían a Dios? Tanto más si, además de la oración en el “tiempo de soledad y quietud”, hacemos todo lo que esté en nuestra mano para no caer en la alienante ociosidad y convertimos el trabajo (lucrativo o no) en una oración, tanto más necesaria al buen orden social cuantos menos son -somos- lo que se olvidan -nos olvidamos- de Dios, ese amigo que está siempre esperando a que nos comuniquemos con él luego de que hayamos hecho todo lo posible para ser útiles a los demás en la medida de nuestras personales capacidades.
Antonio Fernández Benayas.