Las peculiaridades propias de la lengua –o lenguas– en que se escribió la Biblia pueden ayudarnos a iluminar la comprensión de algunos pasajes difíciles. Es lo que ocurre con el siguiente texto: «Si alguno viene a mí –dice Jesús– y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y más aún, incluso a su vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14,26).
Nadie dudará de que se trata de una expresión extraordinariamente dura. Y no solo dura, sino que, si siguiéramos al pie de la letra su contenido, entraríamos en contradicción con el cuarto mandamiento, aquel que manda honrar al padre y a la madre. Por eso las traducciones bíblicas –con buen criterio– suelen suavizar la expresión, de modo que «odiar» se transforma, por ejemplo, en «renunciar»: «Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre…». Sin embargo, el verbo griego que utiliza san Lucas es claro: miseô, que significa «odiar», «aborrecer» (de donde procede el término «misántropo», el que odia al género humano).
La única solución para evitar que caigamos en la afirmación de semejante barbaridad es atender a la «gramática» del texto. Aunque esté escrito en griego, según los expertos nos encontramos con un «semitismo», es decir, una construcción dependiente de la estructura de pensamiento semita (como si el autor estuviera escribiendo en griego, pero construyera la frase pensando en hebreo o en otra lengua semita). Así lo explica un experto: «En las proposiciones disyuntivas, los semitas niegan simplemente un miembro de la disyunción para resaltar más el otro; dicen “no es esto, sino aquello” donde nosotros diríamos “no tanto esto cuanto aquello”» (M. Zerwick, El griego del Nuevo Testamento. Estella, Verbo Divino, 1997, § 445 d).
Pedro Barrado.