«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (San Lucas 21, 12-19).
COMENTARIO
La Liturgia ofrece textos que iluminan la perspectiva del final del tiempo. Cuando se habla del fin del mundo, suele orquestarse todo un escenario apocalíptico. Sin embargo, Jesús nos invita a mantener una actitud serena: “No tengáis miedo”. Quienes dan fe a la revelación cristiana saben que el encuentro con Jesucristo es una buena noticia. El ser humano está llamado de manera personal e individual al encuentro con su Hacedor y esta verdad afecta al sentido de la vida.
El momento presente se caracteriza por el silenciamiento de las postrimerías. Aquellos que viven teniéndolas en cuenta saben valorar la realidad, a la vez que saben que la existencia es una peregrinación. El creyente no queda amedrantado porque se produzcan acontecimientos violentos. Sabe esperar, confiar, perseverar. La Palabra de Jesús le da motivos para no perecer en el abatimiento. El que da fe a la Palabra, avanza hacia la meta con certeza de saberse sostenido por Dios. San Pablo nos da ejemplo cuando dice: “Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús” (Flp 3, 13-14).