En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían mas que un pan en la barca.
Jesús les recomendó: «Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.»
Ellos comentaban: «Lo dice porque no tenemos pan.»
Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?»
Ellos contestaron: «Doce.»
«¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?»
Le respondieron: «Siete.»
Él les dijo: «¿Y no acabáis de entender?» (Mc 8,14-21).
Jesús multiplica unos panes para alimentar a toda una multitud, y aun así ésta no es capaz de captar el sentido último de su milagro. Este es quizás un problema que nos atañe a todos: quedarnos en el milagro y ponernos de perfil ante su Autor. La cuestión es que había sido profetizado que uno de los signos distintivos para poder reconocer al Mesías era que actualizaría los prodigios hechos por Yahveh a su pueblo a lo largo del Éxodo. Al multiplicar estos panes Jesús proclamó que Él es el verdadero maná: el Pan de Vida (Jn 6,48). Nadie se enteró, o mejor dicho, nadie se quiso enterar; de ahí lo que Jesús dice en este evangelio a los apóstoles: ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?