«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”. Le dijo Judas, no el Iscariote: “Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?”. Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”». (Jn 14,21-26)
“A mi los niños me encantan, pero es que en estos momentos no puedo permitirme tener un hijo, con tantos gastos y el paro como una amenaza constante; además no quiero que un hijo mío sufra este mundo que nos ha tocado vivir; por otro lado la responsabilidad de ser padre es algo que me supera”. El autor de tantas objeciones y «peros», en el fondo lo que no quiere es dedicar parte de su tiempo y dinero en el cuidado y la educación de un hijo, ni dar la vida por algo que no gratifica a su cuerpo ni satisface su afán de comodidad y diversión.
“A mi madre la quiero muchísimo, por eso, como sé qué es lo mejor para ella, la tengo en esa residencia donde la atienden tan bien. Además allí ya se ha hecho un montón de amigas con las que se lo pasa estupendo; la pena es que no tenga más tiempo para ir a verla”. El que dice estas cosas, en muchos casos, lo único que pretende es lavar su conciencia y su imagen ante la realidad de que le importa más mantener su «calidad de vida» que su propia madre.
“Aprecio bastante a mi compañero de trabajo, pero necesita que le dé una lección. Dios nos ha hecho hermanos pero no primos”. Tras esta frase, profundamente anticristiana, se esconde un orgullo y una soberbia incompatible con el perdón.
“Estoy enamorada de mi marido, pero lo de ahora no tiene perdón de Dios (paradigma de la mentira convertida en dicho popular). Ya no puedo seguir conviviendo con él”; “Yo me considero católico, pero para serlo no hace falta ser tan cumplidor; los tiempos han cambiado y la Iglesia debe adaptarse”. Este hombre lo que pretende es que Dios se adapte a él, domesticar la Palabra de Dios.
Estos comentarios y sucesos son algunos ejemplos de lo que escuchamos y vemos con frecuencia a nuestro alrededor. Lo que el Señor nos revela a través de este evangelio es algo muy sencillo y profundo a la vez, que se concreta fielmente en ese refrán popular que afirma: «Obras son amores y no buenas razones».
Jesucristo se dirige hoy a una sociedad inmadura y frívola, de pensamiento débil, sin sentido de la responsabilidad y el compromiso, incapaz del ejercicio de reflexionar, impotente en la entrega a los demás y sin capacidad para amar de verdad. El hombre está sumido en un vacío existencial que le aboca al sufrimiento y el Señor lo ve, como vio el dolor del pueblo de Israel cuando era prisionero del faraón. Quiere que despertemos de un sueño mortal, liberarnos de nosotros mismos, de nuestro yo. Desea ardientemente que conozcamos su amor y que le amemos. Y no se trata tanto de alcanzar experiencias místicas (si se tienen, bendito sea el Señor), sino de aterrizar en nuestra vida por caminos a veces duros y áridos.
Nos dice Jesús: «el que guarda mis mandamientos, ese es el que me ama». Sabemos que sin su ayuda no podemos, que necesitamos siempre de su gracia, pero tenemos la seguridad de que esta no nos va a faltar si ponemos nuestra vida en ello. En este evangelio Jesucristo ya prometió el envió del Espíritu Santo
Jesús ofrece a esta generación la «tierra prometida» si sigue el camino que nos ha mostrado; nos promete hacer morada con nosotros. Esta morada es la tierra prometida. La promesa merece el mayor de los compromisos. Pero el mundo hoy prefiere otros «programas» y otras «ofertas», que le llevan a una vida sin sentido y carente de toda trascendencia, no sabiendo siquiera discernir acerca de lo que está ocurriendo. Y cuando en su interior recibe una señal de alarma, reacciona evadiéndose con todo lo que está sociedad vende como productos que dan felicidad y que se reducen casi siempre a dar gusto al cuerpo y a un «yo» egocéntrico y egoísta.
El Señor, que nos ama profundamente, nos advierte a través de este evangelio, que solo en el amor a Él y en Él podemos salir de esta senda de muerte. Todo el que quiera seguirle está llamado a difundir esta verdad en el mundo, por amor a Dios y por amor al hombre. Jesús nos acompaña y conforta en esta misión.
Hermenegildo Sevilla Garrido