En aquel tiempo, le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló. La gente decía admirada: – «Nunca se ha visto en Israel cosa igual». En cambio, los fariseos decían: – «Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios». Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dijo a sus discípulos: – «Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». (Mt. 9, 32 – 38)
A primera vista, el texto del evangelio de hoy trata varios temas de forma sumaria. En realidad, a mi me parece una síntesis expresada de manera escueta y al mismo tiempo profunda de toda la actividad de Jesús: Anunciar con palabras y hechos la presencia del Reino de Dios. También la respuesta por parte de su pueblo. Ante un mismo hecho caben interpretaciones. La gente sencilla se admira. A los fariseos les huele a azufre. ¡Qué astucias utiliza siempre el demonio para hacerse pasar por el paladín de la verdad, sobre todo en los que debían estar al servicio de la Palabra de Dios.” Los “responsables” de la sinagoga creen que el mudo lo es porque está “endemoniado”, pero en realidad el demonio a quien tiene mudos es a los fariseos porque en las sinagogas no hablan de la Palabra de Dios. Hablan de leyes que encadenan al hombre.
“¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez. 34, 2) “¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos!” (Jr. 23, 1). Hoy también hay una gran muchedumbre perdida, desorientada, extenuada y abandonada, como ovejas sin pastor. Sordas, incomunicadas. Un sacerdote salesiano refiriéndose a los jóvenes de hoy decía: “No sé si se ha subido la música en los ambientes de jóvenes para que no hablen entre ellos o porque están tan vacíos que no tienen nada que hablar”. A todos nos es familiar la imagen de ver un grupo de gente, donde cada uno está tecleando su móvil, tal vez “wasapeando” entre ellos mismos. Hasta el mismo papa Francisco en una de las audiencias de los miércoles advertía de los peligros de incomunicación que crean las nuevas tecnologías: “Cuando los hijos están a la mesa pegados al teléfono o a la tableta, y no se escuchan entre ellos, esto no es una familia, ¡es una pensión! Cuanto más teclean en sus respectivos aparatos, más se aíslan de quienes les rodean”. (Francisco, audiencia 11-11-2015).
¿Acaso no es éste el mayor problema de quien padece la enfermedad de ser sordomudo? El hombre es un ser en relación, creado para comunicarse. El sordomudo se aísla en su mundo hermético a los demás. Se vuelve introvertido, huraño, insociable, malhumorado. La antipatía propia del que por una parte le cuesta trabajo hacerse entender y la imposibilidad de poder participar en las conversaciones de los demás, simplemente porque no los oye. Está, pero está ausente. Devolverle el habla, abrirle el oído es el milagro de devolverle la existencia, la alegría para la que ha sido creado. Recuerdo la gran película “el milagro de Anna Sullivan”. Dios también es paciente.
Jesús recorre las sinagogas para devolverles su verdadero sentido: “syn” (junto) “agein” (guíar, conducir); en hebreo “kenesseth” asamblea: Lugar donde se pueda cumplir el primer mandamiento de la “Torah”: “Shema Israel”, Escucha Israel. Donde no se esté mudo y poder proclamar “Hoy se cumple esta Palabra que acabáis de oír”. (Lc. 4,21)
Dios no es sordo “He oído el clamor de mi pueblo…” (Ex. 3, 7). Ni mudo. Todo se hizo por su Palabra y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (cf. Jn. 1). Dios no es introvertido, ni se comunica con el hombre a través de fríos “wasap” celestiales. Lo hace partícipe de su obra y le invita a trabajar con él: “La mies es mucha, pero los trabajadores son pocos”. ¿Se perderá el trigo por falta de segadores?
Sinceramente creo que no. Que más bien es una llamada de atención pues, como comentaba anteriormente, el demonio es muy astuto y ante un hecho milagroso que debía causar admiración: “Nunca se ha visto cosa igual”, se le da la vuelta al asunto y al igual que los “malos pastores” se apacientan a sí mismos y se olvidan del rebaño; pues, qué se podría decir de los “obreros de la mies” que como son pocos y en peligro de extinción se autoproclaman “especie protegida” hasta el punto de creerse más importante que la mies. Pues bien, aviso a navegantes, que resulta que hoy día casi no quedan obreros para la siega, pero es porque no hacen falta. Donde antes se necesitaban decenas de segadores hoy basta con una segadora que programándola con un GPS recoge y clasifica ella solita en una sola noche lo que antes era trabajo de semanas.
Dicho de otra forma. Lo mismo el dueño de la mies no necesita obreros. Pero como no es ni sordo ni mudo lo que sí necesita es comunicarse, hasta darse a sí mismo. Y ese es el auténtico milagro: Aunque seas torpe, inútil, poco rentable… Dios cuenta contigo y objetivamente hablando; “Nunca se ha visto cosa igual.”