En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló.
La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual.»
En cambio, los fariseos decían: «Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (San Mateo 9, 32-38).
COMENTARIO
Dos cosas destacan (entre otras más, y por cierto, llenas de grandeza y gracias para todos) en el texto evangélico de hoy: que la mies es del Padre, y que es él quien ha de mandar los operarios a la misma.
La más superficial mirada a nuestro mundo nos ofrece el paradójico panorama de ser muchos los que llevamos este campo de labranza, de ser muy distintos y dispares y, al mismo tiempo, ser cada vez más globalizados, así como más igualados, muchas veces desde la pretensión de uniformar reductivamente las positivas e inmutables diferencias. Tiene razón el Señor: los obreros trabajarán esa abundante mies que comprende espigas, amapolas, cardos, cizaña y otras hierbas.
Pero Dios sabe a quién envía, y los prepara para la tarea. El texto, si bien lee y medita, sólo rechaza a los que miran el trabajo de los obreros, sea dentro o fuera del campo, y por todo afán y sudores, atribuyen al diablo el cuidado y protección de las mieses…, que ya blanquean para la siega para, total, cuatro meses.
Este aspecto temporal de labrantío y cosechas, aún siendo del Evangelio de San Juan (4,35s) viene al mensaje de San Mateo de hoy perfectamente encajable. Urge la situación de la mies; tanto como el empeño del Padre y del mismo Jesús de encontrar toda enfermedad y dolencia… ¡No será por escasez de las mismas! La lectura de este fragmento mateano consuela y fortalece, a la vez, cuando el desanimo y cansancio por el Reino nos acosan.