En los evangelios no se citan nunca las palabras pronunciadas por san José. Recibió mucha menos atención por parte de los Padres de la Iglesia que Nuestra Señora o incluso san Pablo. Como un padre silencioso y trabajador, ha esperado al margen de la historia. Hasta ahora.
Hace poco tuve el placer de leer el libro del padre Donald Calloway Consecration to St. Joseph: The Blessings of Our Spiritual Father. Seguí la práctica de la consagración durante un mes. Fue la experiencia de consagración más maravillosa de mi vida. No podría recomendar este libro más de lo que ya hago. Es el mejor libro sobre san José desde el Concilio Vaticano II.
El anterior experto sobre san José fue el erudito jesuita, padre Francis Filas. Era canadiense y posiblemente haya escrito el mejor texto sobre la Sagrada Familia que hay; y sobre san José en particular. Lamentablemente, sus obras están descatalogadas y son muy caras. El libro del padre Calloway, aunque es menos académico, es sin embargo la guía de oración indispensable que muchos de nosotros necesitamos para afrontar los interminables escándalos en la Iglesia.
Estoy de acuerdo con el padre Calloway en que “el tiempo de san José es ahora”.
El 19 de marzo es la Fiesta de San José. ¡Es un día importante para los católicos, especialmente en estos tiempos difíciles! San José es el Terror de los Demonios, el Santo de las Almas Castas, el Protector de la Iglesia Doméstica. Necesitamos su poderosa intercesión más que nunca. La semana que viene es el momento perfecto para comenzar tu propia consagración.
San José no habla en ninguno de los Evangelios – no porque no tuviera nada que decir, sino porque su mera presencia lo decía todo. Como muchos padres, hablaba poco pero hacía mucho. Simplemente el estar allí para Nuestro Señor y Nuestra Señora era suficiente. Era un hombre muy sencillo. No tenía una especial educación, ni ningún estatus importante en la sociedad. No era un sacerdote judío ni un funcionario político.
Sin embargo, así como Nuestra Señora era una mujer sencilla que fue elegida para ser la madre de Cristo, también san José fue elegido para ser el padre de Nuestro Señor en la tierra. Esto no debería sorprendernos. Dios no nos elige por nuestros logros o educación, sino porque tiene sus propios planes para nosotros. ¡Qué humilde tuvo que ser! Y de qué manera nos recuerda como abusamos e ignoramos todas las bendiciones intelectuales que Dios nos ha dado. No debemos menospreciar las limitaciones de san José. ¡Deberíamos maravillarnos de lo que logró, a pesar de ellas! En esto san José es un modelo para todos los hombres, especialmente para aquellos que son padres. Los hombres deberían imitarlo -y las mujeres deberían desear un cónyuge tan casto y trabajador como él.
Nuestro Señor aprendió muchas cosas de san José. Aprendió a caminar y hablar porque san José le enseñó. Cristo hablaría con el mismo acento que Su padre terrenal. San José lo protegería del duro campo palestino y le proporcionaría, a Él y a Nuestra Señora, su “pan de cada día”. Él enseñó a Nuestro Señor a trabajar como carpintero, y cómo mantener a Nuestra Señora.
¡Cuánto le debemos a san José! ¡Qué poco agradecidos hemos sido con nuestro padre! Finalmente ha llegado el momento de reconocer su valía. Le debemos mucho por todo lo que ha hecho. Como el arduo trabajo de tantos padres olvidados, san José ha estado trabajando en la Iglesia, a un lado, pasando desapercibido.
En su silencio, aprendemos que san José fue, en cierto sentido, el primer contemplativo, el primer “monje”, por así decirlo. Fue la primera persona, además de Nuestra Señora, que contempló la Anunciación y la Encarnación. San José siempre ha aparecido con Nuestro Señor y Nuestra Señora, siempre en silencio. En Fátima sostuvo al Niño Jesús que bendecía al mundo. En Knock, san José también guardó silencio; miró a Nuestra Señora junto con san Juan Bautista. San José observó las maravillas de Nuestro Señor de una manera que ninguno podríamos imaginar – y seguramente contempló esas cosas en silencio.
Los padres siempre se preocupan por proteger a la familia que tanto aman. A menudo, sufren en silencio en lugar de compartir sus preocupaciones con sus hijos o esposas. San José seguramente no fue la excepción. Nunca se quejó ni blasfemó. Nunca maldijo ni exigió consuelo. Su lengua era pura, hasta donde nos dice la Escritura. Fue un ejemplo increíble para su hijo. Qué fácil hubiera sido para san José quejarse de su mala suerte. Tuvo que huir con su familia a Egipto y ganarse la vida allí. No tenía más recursos que sus propias manos. Sin embargo, ni una sola vez se quejó o maldijo a Dios por lo que tuvo que soportar. Aguantó el dolor en silencio, probablemente ofreciéndoselo a Dios Padre. En este sentido, José no sólo fue el santo más importante después de Nuestra Señora, sino que también fue un padre perfecto en la Tierra. Por eso san José ocupa uno de los lugares más altos en el Cielo, justo por debajo de Nuestra Señora.