El noviazgo es un tema que suele preocupar a los jóvenes de hoy en día, aunque no se le llame así porque parece que la palabra lleva detrás una carga de compromiso que algunos prefieren evitar. Más bien se habla de “pareja”, “mi chico” o “mi chica”; “novio” se reserva para los prometidos. La cuestión es que si una relación está orientada al matrimonio, ¿por qué no se le llama por su nombre y se le da la importancia que realmente tiene?
En la adolescencia y juventud surge un deseo potente de acercarse y establecer lazos con las personas del sexo opuesto. Es una época de maduración y de aprendizaje en la que todos los sentidos y la atención se concentran en agradar a los demás, no tanto en aprobar todas las asignaturas del curso ni en colaborar en las tareas del hogar como les gustaría a los padres. Es en ese momento cuando los chicos y chicas comienzan a establecer sus primeras relaciones de pareja, que a menudo suelen ser accidentadas y caducas. Sin embargo, poco a poco los jóvenes van conociendo y formándose una idea seria de cómo les gustaría que fuera un futuro noviazgo. Un problema añadido es, además, pretender que ese noviazgo sea cristiano y desemboque en el sacramento del matrimonio.
Querer construir un noviazgo cristiano cambia completamente la manera de plantear la relación, elegir el candidato idóneo, compartir los valores y establecer los objetivos comunes. En primer lugar, ya no basta con que exista una atracción mutua como en las relaciones de pareja no cristianas. Hay que mirar más allá. La atracción física es importante y necesaria para la formación de primeras impresiones. Sin embargo, conviene no idealizarla ya que es una reacción pasajera. La sociedad de la imagen en la que vivimos nos invita constantemente a valorar las cosas y a juzgarlas según su atractivo. Pensar que algo es bueno porque es bello es un fenómeno denominado “efecto halo”, que en publicidad es bien conocido. Los cristianos tenemos que mirar más allá y no considerar una meta vital el hecho de conseguir pareja, ya que no es el final de nada sino el comienzo de una etapa nueva en constante construcción que desembocará, si Dios quiere, en matrimonio.
cada similitud es ganancia
Existen una serie de características idealizadas que a todos nos gustaría que se dieran en la persona querida: belleza, inteligencia, éxito. Todas estas cualidades, que en sí mismas son valiosas, no deben asumirse como indispensables en la pareja, ya que la felicidad de ambos no depende de ellas. Sin embargo, existen otros atributos en la persona que conviene tener en cuenta. Quizás el más importante para una persona que quiere vivir un noviazgo cristiano es el interés del otro por su salvación. ¿Cómo es su relación con Dios?¿Qué aspectos de su vida espiritual se preocupa por cultivar? ¿Su vida cristiana es activa?
Otro tema importante es el deseo de los hijos. ¿Cómo trata a los niños? ¿Le preocupa la educación? ¿Le interesa pasar tiempo con ellos? Todo padre o madre tendría que estar dispuesto a jugar con sus hijos entre juguetes desordenados. También conviene prestar atención a cómo gestiona sus propias emociones y las de los demás. ¿Se enfada mucho?¿Se está quejando siempre?¿Qué hace o cómo se comporta cuando está enfadado? Lo importante no es evitar los conflictos en la pareja sino qué tipo de estrategias se llevan a cabo para resolverlos conjuntamente. ¿Cómo trata a los demás? ¿Es quejica o discutidor?¿Se esfuerza en tener siempre la razón?
Es muy importante conocer la manera en la que la otra persona trata a su propia familia, sus hermanos, sus padres. Su conducta en este ámbito predice cómo será con la familia del cónyuge y los propios hijos. También es relevante qué tipo de relación tiene con el dinero. ¿Es muy derrochador o, por el contrario, demasiado tacaño?
el respeto, expresión de amor
Existe un tema fundamental en el noviazgo cristiano: la castidad. En este punto es imprescindible que ambos miembros de la pareja estén de acuerdo, ya que puede ser una fuente de gran alegría espiritual o de gran sufrimiento. Es importante que los jóvenes hagan saber a su novio o novia qué opinión tienen al respecto, cómo entienden la castidad, si les parece un tema relevante, etc. Es necesario superar la vergüenza a la hora de hablar de este tipo de cosas y establecer unos límites claros que les ayuden a respetarse y a evitar las relaciones prematrimoniales.
Hay que entender bien de qué se habla cuando se habla de castidad en el noviazgo. No es, simplemente, una continencia voluntaria y esforzada hasta que se encuentre la válvula de escape en el matrimonio. Es integrar en la vida la propia sexualidad. No es darle un valor negativo o pecaminoso a la sexualidad sino un valor sagrado y sumamente importante en la vida cristiana. Porque, además, es una virtud que durará toda la vida, incluso dentro del matrimonio.
Si se evitan en un noviazgo las relaciones sexuales se favorecerá el respeto mutuo. Poco a poco se irán cultivando otros aspectos diferentes como el cariño, la intimidad, la compañía, el conocimiento profundo de la otra persona, y se le dará valor a la integridad y la dignidad del novio o la novia, aprendiendo que el noviazgo no se basa en que busquemos la gratificación en el otro sino en algo más grande que ambos. Todo esto que parece inalcanzable a los jóvenes es posible si existe en los novios una trascendencia que les haga mirar su relación como un plan de Dios para su salvación. Para poder vivir la santidad en el noviazgo es necesaria la comunión con Dios. Y a esta comunión únicamente se puede llegar a través de la oración. La oración abre canales de comunicación con Dios y dota de discernimiento a la hora de tomar decisiones
ni un juego ni un pasatiempo
Otra preocupación importante que tienen los jóvenes es el miedo a ser soltero, a no encontrar el amor de su vida. Existe una creencia generalizada (mantenida por el cine de Hollywood y la música pop de nuestra época) de que la felicidad se encuentra dentro de una relación de pareja. Y esta creencia irracional provoca que los chicos y chicas busquen a toda costa una persona con la que vivir una historia de amor. Y, como las expectativas que se ponen en la otra persona son tan exigentes, el desengaño crea una frustración que hace que se salte de una relación a otra hasta llegar a la persona ideal, cosa que nunca sucede. Esto lleva a unos niveles de exigencia propia y ajena irreales que producen una gran insatisfacción y dependencia emocional, sobre todo en los más jóvenes.
Es necesario experimentar con profundidad que nadie necesita a otra persona para ser feliz. La felicidad está en vivir en comunión con Dios. Si el noviazgo o el matrimonio fueran la fuente de la felicidad todas las parejas vibrarían de alegría, cosa que no ocurre en la realidad. Existen cientos de miles de personas solteras, por ejemplo, consagrados y consagradas que son verdaderamente felices. Por lo tanto, en lugar de preocuparse absurdamente en tener novio o novia, es fundamental cultivar la vida psicológica y espiritual en primer lugar.
Las relaciones con los demás son una gran fuente de gratificación, los lazos afectivos profundos entre las personas son una de las maravillas más grandes de los seres humanos. Sin embargo, es conveniente educar y enseñar a los más jóvenes que la felicidad tiene su origen en la comunión con Dios y que, gracias a eso, lo demás tiene la capacidad de hacernos felices. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,33).