En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús le intimó: «¡Cierra la boca y sal!» El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca (San Lucas 4, 31-37).
COMENTARIO
Todos los días me llegan noticias tuyas Señor porque he oído hablar de ti a mis hermanos y porque he aprendido a verte en los acontecimientos de cada día. Aquellos que se asombraban de tu autoridad para expulsar demonios no han sabido trasmitir sus experiencias. Ellos fueron testigos de tu poder y a lo largo de los años, generación tras generación, dieron su testimonio y gracia a esos testimonios que han ido pasando de unos a otros yo te he podido conocer y a mi vez experimentar tu presencia en mi vida, Tu has querido encontrarte conmigo y llamarme por mi nombre. Tú me has mostrado lo que es el verdadero y auténtico amor y no has tenido asco de mi ni de mis pecados. Has sido cariñosos conmigo mostrándome un horizonte de luz, de paz y de esperanza donde todo tiene un sentido porque tú estás conmigo en todo lo que me sucede. Tú me tiendes la mano siempre par que no me pierda en mi camino de vuelta a la casa del Padre, aunque tantas veces mis egoísmos, mis debilidades, en definitiva, mis pecados me lleven a soltarme de tu mano. ¡No lo permitas Señor! No me dejes en manos de las fauces del acusador, del que me persigue siempre para engañarme, para robarme la fe, para quitarme la esperanza y aguar mi poca caridad. Dame de tu espíritu para vencer en el combate, ayúdame a caminar con paso firme, contento con todo lo que me regalas y ayudado por los compañeros de viaje que has puesto en mi camino para ayudarme, para mostrarme tu amor, para que me ayuden a descubrir mis miserias para que me sostengan ante las adversidades, para que disfruten conmigo en las alegrías y en definitiva para que juntos nos hagamos uno contigo y a su vez con el Padre, donde no tardando mucho disfrutaremos todos de la eternidad. Ayúdame en este hoy a que estando tu dentro de mí, yo, como los testigos de tu fuerza y tu poder de hace dos mil años, pueda ser también testigo hoy ante mis hermanos de tu grandeza. Que sea ese siervo inútil que cumple tu voluntad, que tras poner en mis labios la oración que tú nos enseñaste, sea un digno hijo de mi padre del cielo que acepta entrar en su voluntad y que con su ayuda no sucumbe en la tentación porque se aparta del mal.
¡Qué bueno eres Señor! Siempre me quieres, aunque tantas veces no te quiera. ¡No me sueltes hoy de tu mano!
¡Buen día con el Señor!