Oh Cristo, no solamente la cruz, sino la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente al amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tu el ofendido.
Los brazos tendidos para abrazarnos; las manos agujereadas para darnos tus bienes.
El costado abierto para recibirnos en tus entrañas.
Los pies clavados, para ver que nos esperas y nunca te apartarás de nosotros.
De manera que, mirándote, Señor, todo me convida al amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo y, sobre todo, el amor interior me da voces a que te ame y a que nunca te olvide en mi corazón.
Consideraciones de San Juan de Ávila frente al Crucificado, citadas por el P. Carlos López Alejo (Salamanca).
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