“No estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia” (San Mateo 6, 24-34).
COMENTARIO
¡Cómo nos conviene meditar la enseñanza que hoy nos ofrece el Evangelio! En una época especuladora, y un tanto desesperanzada, las palabras de Jesús nos llaman a la confianza.
Este año, en el que las lluvias nos han visitado abundantemente, es más fácil contemplar la naturaleza vestida de hermosura, y cantar el himno de los tres jóvenes de Babilonia: “Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor”, y unirnos a san Francisco de Asís, entonando: “Alabado seas mi Señor por todas tus criaturas”.
Hay textos en la Biblia que nos muestran la experiencia existencial del límite, como es el que narra la situación de extrema pobreza de la viuda de Sarepta, y cómo cuando se disponía a hacer el último pan y comerlo junto con su hijo, y esperar la muerte, aconteció el paso del profeta Elías, y la bendición, y no se acabó el aceite de la alcuza, ni la harina de la artesa.
El creyente cristiano tiene el don de la fe en la Providencia, y sabe que nunca está abandonado, que el Señor conoce sus caminos, y se fía de Él. El agobio, la angustia, la desesperanza pueden ser sentimientos naturales que se asomen al corazón del creyente, pero si acierta a acompañarse con las Sagradas Escrituras descubre la verdad de las palabras de Jesús.
El salmista, en circunstancias adversas, invita a esperar: “Espera en el Señor, ten ánimo, espera en el Señor, que volverás a alabarle”. Es una actitud profética la de confiar siempre en el Señor.