En aquel tiempo, María dijo: – «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia – como lo había prometido a nuestros padres – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa. (Lc. 1, 46-56)
22 de Diciembre. Ni las luces de las ciudades, ni los anuncios del “Corte Inglés”, ni atiborrar el congelador de marisco antes de que lo suban de precio, ni tan siquiera la paga extra y ni, que decir tiene, que para nada de nada el calendario litúrgico. Lo que realmente da el pistoletazo de salida, lo que marca “las vísperas” de la Navidad es desperezarse esta mañana al soniquete de los niños de San Ildefonso cuyo canturreo repetitivo y monótono es capaz de ser el centro de atención de medios de comunicación, ciudadanía e incluso en aquellos que no tienen más remedio que estar trabajando, es capaz, aunque solo sea por un día, de diversificar su capacidad neuronal en dos focos de atención. Quizás peque de irreverencia, pero me atrevería a afirmar que hasta el santo patrón de los niños cantores del azar está más pendiente de que todo salga bien y sin fallos, que de aquella a la que impuso la casulla.
Víspera de Navidad. Cuántos esperan de la lotería el remedio de todos su males: ¡Ay si me tocara el gordo! ¡Le diría a mi jefe cuatro cositas! (Derribaría a los poderosos)… ¡A buena hora iba yo a aguantar a todos los que no tengo más remedio que armarme de paciencia! (Dispersaría a los soberbios de corazón). Esperanzas terrenas. Como en el “Magnificat”. Eso es los que hay que pedir: ¡colmar de bienes a los hambrientos!… Al fin y al cabo María es de nuestra carne y sabe qué necesitamos y dónde ha de estar nuestra esperanza y nuestros deseos: …“y a los ricos los despide vacíos”… ¡Para, para, stop!. Si lo que estoy pidiendo es precisamente eso: ¡ser rico!
Víspera de Navidad: “Víspera”: Diccionario RAE: “Cosa que antecede a otra, y en cierto modo la ocasiona” “inmediación a algo que ha de suceder” y en otra acepción: (pl.) Una de las horas del oficio divino… hacia el anochecer.”
Volviendo al texto de hoy, “el Magníficat”, algunas de sus frases están sacadas de oraciones e himnos del Antiguo Testamento. Como vemos en el Cántico de Ana (primera lectura). María, creyente y orante, hace suyas las oraciones que la comunidad de Israel reza de forma cotidiana, como de forma cotidiana se reza este himno en las vísperas de cada día. Y al igual que años después, su Hijo proclamaría lleno de gozo en la sinagoga de Nazaret “Hoy se cumple esta escritura”, María en su visita a Isabel cantará agradecida no solo lo que Dios ha hecho en ella, sino todo lo que Dios sigue haciendo a favor de su pueblo “acordándose de su misericordia”.
María exulta de gozo con el himno de vísperas alabando a Dios en la víspera de la primera Navidad, presagiando “lo inmediato de algo que ha de suceder” y que “en cierto modo lo ocasiona”.Así, la oración de María, se convierte en la oración de la comunidad de Jesús, que cada tarde puede proclamar agradecido: “Es bueno dar gracias al Señor, proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad”.
María alabó a Dios ante la inminencia de la primera Navidad. Su canto es el mejor resumen de una Historia de Salvación, desde Abraham a toda su descendencia, por siempre. Porque Dios no olvida su misericordia. De generación en generación. Es el canto de alegría de todos los humildes de todos los tiempos.
Dice el Papa Francisco en una de las catequesis de este año dedicadas a la familia: “Dios ha elegido nacer en una familia humana, que ha formado Él mismo. Lo ha formado en un apartado pueblo de la periferia del Imperio Romano. No en Roma, que es la ciudad capital del Imperio, no en una gran ciudad, sino en una periferia casi invisible, o mejor dicho, más bien de mala fama. Lo recuerdan también los evangelios, casi como un modo de decir: “De Nazaret, ¿puede salir algo bueno?” (Jn. 1, 46). Quizás, en muchas partes del mundo, nosotros mismos hablamos todavía así, cuando escuchamos es nombre de algún lugar periférico de una gran ciudad. Pues bien, precisamente desde allí, de aquella periferia del gran imperio, ¡inició la historia más santa y más buena, aquella de Jesús entre los hombres! Y allí estaba la familia. (Francisco)
Ya van dos años en los que “Loterías y Apuestas del Estado”, en su “spot” publicitario de la “lotería de Navidad”, recrea una situación en la provoca sentimientos de generosidad en una supuesta situación de resultar agraciado con “el gordo”. El año pasado era Antonio, al que se le intuía una precaria situación económica, por lo que no pudo hacer el gasto extraordinario del sorteo extraordinario, pero el del bar, dicharachero y poco ambicioso, le había guardado su décimo semanal. Este año el protagonista es “Justino”, argumento casi igual pero me fijo en ciertos detalles: Justino trabaja de noche, llega en autobús a su trabajo cuando los demás regresan a sus casas muertos de sueño. Es invisible para sus compañeros, como lo serían ellos para él de no ser porque se fija en “detalles”. Esto le lleva a también tener “detalles” con sus “invisibles” compañeros de trabajo. Con todos excepto con una: Lo que son gracietas para unos, para ésta (la chica gordita de azul) es incremento de trabajo: Le toca recoger. En una de estas bromas nocturnas, Justino ha tirado la “hoja de las participaciones”. La culpa es suya. Ya hemos visto todos el final, pero yo me sigo fijando en detalles: Cuando coge su décimo de manos del maniquí y se encienden las luces, la chica de azul está escondida detrás del resto de la plantilla y se asoma tímidamente. Pero ha sido ella, por la letra se deduce, la que, se supone que limpiando las averías de los demás, ha encontrado la lista en el suelo y ha apuntado a Justino junto con el nombre de ella: Esperanza. Y el lema: “El mayor premio es compartirlo”.
Independientemente de su sensiblería, a mí me gusta. Saber que hay una mujer que piensa en otros antes que en ella. Que lo más grande que ha podido recibir para sí no se lo ha reservado, sino que lo entrega generosamente a los demás. Que lejos de celebrar su suerte como un privilegio personal se acuerda de los que nadie se acuerda. Que no se queda en lo inmediato, sino que este regalo llega de generación en generación en la misma proporción que lo prometido a Abraham, o sea, incontable como las estrellas del cielo, y no esa miseria de los improbabilísimos 20.000 € por euro jugados de los que el 20 por ciento se los lleva Hacienda.
Nos ha tocado la lotería. Cada año y cada día. La administración tiene nombre de mujer. Y no es “Doña Manolita”. Por cierto: El mayor premio es compartirlo: ¡Feliz Navidad!