En aquel tiempo fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?» Y aquello les resultaba escandaloso.
Jesús les dijo: «Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta.» Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe (San Mateo 13, 54-58).
COMENTARIO
Estamos en verano tiempo de vivir sorpresas y de dejarse sorprender. El ser humano necesita descansar para poder seguir entregándose más y mejor a Dios y a aquellos que le rodean. Vacaciones para vivir más con los nuestros y con el Señor.
Y en pleno verano La Iglesia nos pone este Evangelio para meditar.
La sinagoga de Nazaret es el escenario de este suceso de la vida del Señor. El Señor está entre los suyos, entre aquellos que le conocen “de toda la vida” como solemos decir.
También nosotros ahora, en este tiempo, nos encontramos más de cerca con los nuestros: el esposo, la esposa, los hijos, los abuelos… pues la vida diaria de hoy en día nos priva muchas veces con su vorágine de actividad la presencia de nuestros seres más queridos.
El verano es tiempo de encuentro y de reencuentro. Y con sorpresas, quizás al borde del mar en una hermosa playa o en medio de los pastos de una montaña empezamos a darnos cuenta de que no nos conocemos tanto o de que tenemos muchos prejuicios sobre muchas personas.
Sin embargo, muchas veces, nuestro “orgullo nazaretano” aflora y nos creemos que lo sabemos todo de nosotros y de los demás. Todo lo tenemos muy bien controlado como si pudiéramos clasificar a las personas como los elementos de la tabla periódica. Y decimos: “este es así o asao” y no hay nada que hacer.
Pero el Señor no es como nosotros. Él siempre está abierto a que cualquiera pueda sorprenderle con un cambio radical. Él que nos conoce como nadie, sabe que el amor es creativo y que en cualquier momento todo puede hacerse nuevo con la ayuda de su gracia.
“Que Te conozca y que me conozca” clamaba san Agustín a Jesucristo hace ya muchos siglos. Y también nosotros en el siglo XXI, deberíamos pedirle lo mismo al Señor.
Si los habitantes de Nazaret no hubieran juzgado a Jesús con una mirada humana y superficial habrían podido entrar en el misterio del Dios hecho hombre que se había hecho carne entre ellos. Pero su juicio propio, su cerrazón a la gracia, su convicción de saberlo todo sobre aquel hombre que había recorrido las calles del pequeño pueblo desde niño fueron su ruina.
Podemos imaginar otra historia muy distinta y levantar, con la imaginación, castillos en el aire como hacen los niños en la arena…”Y sí , y si” los nazaretanos se hubieran dejado arrastrar por el asombro ante Jesús, si se hubieran hecho niños y se hubieran dejado arrebatar por el encanto que emanaba de aquel gran profeta que ya era reconocido más allá de los confines de su tierra. .entonces, quizás, como el hermoso sueño de una noche de verano, sus vidas se habría convertido en un cuento de hadas “de verdad”. Porque eso es el cristianismo: toda la hermosura y belleza de la vida tal y como Dios la ha pensado saboreada en plenitud. Y esto no es quimera ni cuento sino más real que cualquier otra realidad.
Por eso el verano puede convertirse en un tiempo de gracia maravilloso en el que nuestras vidas pueden ser renovadas hondamente.
Muchos tienen la falsa idea de que a Dios solo se le encuentra entre pinchos y sinsabores pero no es así. Nuestro Dios es veraniego y cercano, para Él todos los momentos son buenos para acercarse a nosotros. A Él no le gusta desaprovechar las ocasiones porque la vida terrena es muy corta y hay que sacarle el mejor partido.
Santa Teresa decía encontrar a Dios entre los pucheros y hoy, más modernamente, Dios se deja encontrar mientras navegas en tu velero o te tomas una bola de helado en el pueblo de los abuelos.
Dios es tremendamente sencillo y descomplicado. Nosotros, los humanos, estamos llenos de mil vueltas y recovecos pero Dios es como el agua clara.
Por eso dejemos que este estío Dios nos descomplique a nosotros y a los demás. Estrenemos una mirada nueva y limpia que mire con amor y fe a todos los que tenemos al lado y a nosotros mismos. Y dejémonos sorprender agradablemente…
Entonces descubriremos realidades nuevas que nunca pensamos conocer, que todo es mucho mejor de lo que pensamos, porque el que camina en el amor ni cansa ni se cansa.
Y así quizás, bajo un cielo estrellado de verano descubramos más y mejor al Amado y a todos los que amamos.
Solo hace falta que queramos y digamos que sí a los planes maravillosos de Dios que hace exultar de júbilo a todos los que le siguen cualesquiera que sean las circunstancias de su vida.