Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Fares y Zará… Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán…Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, eliud engendró a Eleazar, Elezar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; Jacob engendró a Jesé, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce, desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce (San Mateo 1, 1-3, 5-17, 11-17).
COMENTARIO
El evangelio “largo”, el de San Mateo, escribe una especie de nuevo Génesis. Se presenta como Libro del “origen” de Jesucristo. Ahora si se ha completado la Creación. Ciertamente para sus contemporáneos, para sus seguidores y para nosotros hoy en día, el origen de Jesús sigue siendo misterioso, enigmático, incomprensible. Tanto como que desconocer su origen es -para muchos – causa eficiente para negarlo, para rehusar su historicidad.
Pero Jesucristo, no sólo es “El Cristo” del Dios invisible, sino que es “el hijo del hombre”. Nadie dudaba de la historicidad de Abrahán o de David; de ambos es presentado como hijo. Con ello se destaca al máximo su naturaleza humana; es un hombre que trae sangre de 42 generaciones desde la promesa a Abrahán. La genealogía inversa que presenta San Lucas (Lc 3 23-38) parte de José y llaga hasta Adán, “hijo de Dios”.
No se trata de hacer cábalas con los números, tres períodos que doblan el 7, sino de enlazar, con vínculos de sangre la plenitud de los tiempos, el cumplimiento de las promesas hechas, principalmente a Abrahan y a David, que involucran a todo un pueblo numeroso.
Y no deja de ser relevante que se ponga un hito en la deportación a Babilonia y no en la esclavitud de Egipto; y es que el destierro es mucho más grave que la servidumbre, por la sencilla razón de que el pueblo ya había experimentado el poder, el brazo extendido, del Innombrable. Libertos rehechos esclavos; esa era la tragedia.
El evangelista no solo presenta a un hombre extraordinario, Jesús, sino que se detiene a explicar cómo esta enlazado con los patriarcas y los reyes con lo que, al descender de ellos, subraya su inequívoca humanidad. Al explanar su genealogía, está incorporando todas las notas características que habría de cumplir el Mesías.
La palabra que más se repite es “engendró”. La perícopa la emplea 22 veces. Alguien concreto engendró a alguien con nombre propio; significa un hecho positivo de transmisión de la vida, la continuidad de la sangre, y la unión que hilvana y asume todas las biografías; cualquier eslabón de la cadena que se hubiera roto, que no hubiera obedecido el proto mandamiento (“creced y multiplicaos”) hubiera impedido la venida de Jesucristo. Se evidencia así la gravedad irreparable de cegar la unión fértil.
Y conviene retener el dato de que en la genealogía de Jesús aparecen los pecados; incluso se subraya cómo de pecados concretos se sigue – con más valor – la vida misma. Se señala, por ejemplo, que David engendró de la mujer de Urías (la hitita Betsabé, de la que aquí se omite su nombre) a Salomón. Ella, igual que Tamar, Rahab y Rut, eran extranjeras. El pueblo elegido las acoge y ellas contribuyen a su asombrosa historia.
Aparecen las fatrías, que en el destacado caso de Judá excluye su otros12 hermanos (once más su hermana Dina), Judá engendró a tres hijos con nombre propio, después siguen puntos suspensivos. Cuando hay varias mujeres, se indica con precisión quien es la madre del hijo engendrado.
Pero todo cambia cuando llegamos a Jesé. Un retoño surge de Jesé, José. Pero José no engendró a Jesús, su papel es el de ser esposo de María, la madre de Jesús, llamado Cristo. El Mesías nació de María y sin embargo toda la genealogía viene referida a José, de la casa de David.
A mi modesto entendimiento, Mateo quiere evidenciar la importancia de los desposorios, nunca desmentidos, entre María y José, queridos, consentidos y sostenidos de por vida entre ambos, y el asombroso misterio de la fecundación directamente divina de la virgen María. Que aquí no es llamada madre, sino que simplemente se nos asegura que Jesús “nació de ella”. José es padre legal, porque nunca rompió su desposorio, hecho (como era tradición) con un miembro de su estirpe; la de Judá.
Esta impactante colección de grandes personajes, concatenados en orden a una misión que terminaría por venir, está integrada por nombres propios, personas concretas, con una dimensión histórica definida, y con una vida, todo lo azarosa que se quiera, teleordenada a la llegada de El Salvador. No hay ninguna repugnancia a las traiciones y pecados, rebeldías y delitos, hacia todas las infidelidades acumuladas por sus antepasados; la condición humana es asumida tal y como ha sido. En ello estriba la grandeza y virtualidad del Redentor; Él es libre del pecado, pero no sus antecesores, a los que precisamente por esa condición asumida viene a salvar. Así lo esperamos en esta Navidad, sobrescrita en nombres propios y sobre biografías tortuosas. Viene el que nos reconcilia con Dios.