Después de haberse saciado los cinco mil hombres, Jesús enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar.
Llegada la noche, la barca estaba en mitad del lago, y Jesús, solo, en tierra. Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dice:
«Ánimo, soy yo, no tengáis miedo».
Entró en la barca con ellos, y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada (San Marcos 6, 45-52).
COMENTARIO
Estas palabras, las mismas que dice Jesús a sus discípulos, fueron las primeras que pronunció el Papa San Juan Pablo II al salir al balcón de la Plaza de San Pedro tras su proclamación como sucesor de Pedro en octubre de 1.978. Estas palabras fueron repetidas una y otra vez como un melódico estribillo de lo que fue la magna sinfonía de su largo pontificado. Yo mismo soy testigo de la fuerza con que retumbaron ante los oídos de cientos de miles de jóvenes (hoy cincuentones, o más) en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid en Noviembre de 1.982. Y a esto exhortaba una y otra vez alguien que tuvo que resistir la crueldad y soportar los rigores de los dos totalitarismos más perversos y maliciosos sufridos en el pasado siglo. Motivos tuvo para tener miedo y lo único que le hizo temblar fue el párkinson que doblegó su cuerpo en los últimos años de su vida, pero que jamás sometió su espíritu. El viento soplaba contrario, pero él sabía distinguir entre lo que es un “fantasma” y lo que no lo es.
“¡No tengáis miedo!”. “Miedo”. Palabra que aparece por primera vez en las Escrituras tras la desobediencia de Adán (“Tuve miedo y me escondí” Gn. 3, 10). Y palabra que se prodiga también en el entorno actual: Miedo al futuro laboral, miedo a la destrucción del medio ambiente, miedo a la economía, miedo que se reaviven los rescoldos de la amenaza nuclear, incluso miedo a tener miedo, porque hasta lo pueden prohibir. Sí; los totalitarismos vuelven a “mostrar la patita por debajo de la puerta”, también como en el cuento, cubierta con piel de cordero. Aunque los más peligrosos son, como casi me atrevo a decir que profetizó Aldus Huxley en su “Mundo Feliz”, los que no actúen con métodos coercitivos, sino que sean ejercidos por individuos que amen su servidumbre haciéndoles creer que es su libre elección. Asoman nubarrones y amenazan tormentas. Hay que prepararse para remar a sotavento pero, sobre todo, importante no ver fantasmas donde no los hay.
Así que lo primero, a empezar por el final: “…No habían comprendido lo de los panes, porque su mente estaba embotada”. Apremia desatascar entendederas. Personalmente, pienso que para los discípulos, muchos de ellos hombres curtidos en el mar, sería más fantasmagórica e imposible de llevar a cabo la situación narrada en los versículos anteriores (el evangelio de ayer) de actuar ante el mandato: “¡dadles vosotros de comer!” (algo razonablemente irrealizable) que saber cómo actuar ante una inclemencia meteorológica, materia en la que, aunque les asustase, estarían mucho más experimentados.
Ayer, los discípulos se enfrentaban ante el reto de cubrir las necesidades de la muchedumbre hambrienta. Y se pudo. Los que hoy reman, muchas veces con fatiga y no pocas con viento contrario, en la barca de la iglesia son, somos, testigos de tantos y tantos panes multiplicados en circunstancias muchas veces inviables a primera vista. Y se ha podido. La fuerza multiplicadora la escuchábamos en las primeras lecturas de ayer y hoy: “Dios es amor” y ese amor se traducen en gestos concretos de amor a los hermanos. No es para vanagloria. Jesús apremia a sus discípulos a coger la barca y marcharse a la otra orilla, así no hay lugar para aplausos. Y él mismo se retira al monte sólo a orar. Si seguimos el paralelo del evangelio de Juan 6, 15 para evitar la adulación de la muchedumbre que quería proclamarlo rey.
Estamos todavía en tiempo de “navidad”. Celebrando la presencia del Señor entre los hombres. Y aunque esa presencia, a veces, se perciba como ausencia, aunque parezca que Jesús en medio de la noche oscura hace además de pasar de largo, Dios, el Dios al que muchos hombres y muchos pueblos percibieron y representaron como algo terrible y temeroso, se ha manifestado como el Amor llegado a su plenitud. Nada más. Y nada menos… Y no hay temor en el Amor. (2ª lectura de hoy).