«Dijo Jesús a sus apóstoles: «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.» (Mt 10, 28-33)
Celebra la Iglesia hoy la Fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), intrépida judía convertida al cristianismo, que como monja carmelita murió mártir en el campo de concentración de Auschwitz (Polonia), y a la que San Juan Pablo II declaró «patrona de Europa» el año 1999. A la luz de su martirio, la Palabra de Dios de este día adquiere una adecuada comprensión y luminosidad.
La identidad cristiana nos lleva permanentemente a confrontarnos con las «falsas ideologías» del mundo y a ser testigos «contracorriente» del «pensamiento único» imperante que modela los comportamientos culturales, sociales y políticos de un momento histórico determinado. Esta fue la experiencia que vivió hasta sus últimas consecuencias Sor Teresa B. de la Cruz rubricando con su muerte martirial el esplendor y la belleza de la Verdad que se ofrece en holocausto como víctima de reconciliación de perdón. Edith Stein sabía perfectamente que lo que tiene más importancia no es el cuerpo, sino el alma, creada a imagen y semejanza de Dios. El culto al cuerpo es hoy, y era en el siglo XX, un valor en alza. Pero ella entonces, y tú y yo ahora, podemos seguir su ejemplo: primero y sobre todo, el alma, creada para la eternidad, aunque esta opción existencial nos lleve a confrontarnos con los «poderes de este mundo». La Palabra de Jesús viene a consolarnos hoy, el Señor nos dice: «No tengáis miedo».
En tres ocasiones, en el Evangelio de hoy, Jesús nos anima a NO TENER MIEDO. ¿Por qué esta insistencia? Porque está hablando de la evangelización y de las tareas que le esperan a sus discípulos. Anunciar el Evangelio a “pecho descubierto” siempre será una aventura de riesgo. Hay muchos “poderes” interesados en acallar la voz de la Iglesia, la voz de los que anuncian el Reino y denuncian las injusticias. El Evangelio siempre es Buena Noticia para todo aquel que cree, pero desenmascara las falsas seguridades y los quiméricos ídolos que los hombres nos inventamos para ir tirando. Tomar parte en los duros trabajos de la evangelización reclama del apóstol fortaleza de ánimo, parresia de espíritu y grandeza de alma para no edulcorar y rebajar el contenido del Evangelio y presentarlo en toda su belleza, exigencia y verdad.
Hoy, hay muchos, incluso entre los bautizados, que prefieren proponer un Evangelio rebajado en la moral (aceptación de las relaciones prematrimoniales, uso de anticonceptivos en el matrimonio, amén a la píldora abortiva, sí a los matrimonios entre los homosexuales, etc.,), atrevido en lo estructural (democratización de la Iglesia, acceso de la mujer al sacerdocio, superación del celibato eclesiástico, etc.,) y menos dogmático (superación de verdades dogmáticas por otras aceptadas fruto del consenso de la mayoría, aceptación de postulados del relativismo cultural imperante como la ideología de género, la indoctrinación de las conciencias de nuestros hijos con asignaturas como la de Educación para la Ciudadanía, la Ley de la Memoria histórica o los estándares sobre la educación afectivo-sexual).
A los que tienen y manejan los entresijos del poder (los políticos) les gustaría encontrarse con una Iglesia menos evangélica y más “tolerante”, más pastueña que se pliegue a sus postulados ideológicos y diga siempre, eso sí, sonriendo, amén a todo lo que nos proponen. Otros, los” profetas de los Medios de Comunicación, que tienen en sus plumas y en sus tertulias el “monopolio de la verdad”, les gustaría, simplemente, que la Iglesia Católica no existiera, a lo más que la fe quede recluida en las sacristías, y que los católicos no hablen, no digan lo que piensan ni confiesen lo que creen. Para estos, el Catolicismo es ya una rémora del pasado.
Pues bien, a estos y aquellos y a todos los que están intentando cerrar la boca de los cristianos, hay que decirles que no nos va a acallar, que el Evangelio es esencialmente proclamación, testimonio, BUENA NOTICIA y que Jesús nos invita a ello: “Lo que yo os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea”. ¿Si supieran cuántas cosas nos ha revelado el Señor de noche? Que Él es el Creador del Universo y por tanto el cambio climático está en sus manos, por lo que respecta a nosotros, “hasta los cabellos de la cabeza nos los tiene contados”; que Él ha sacado a un pueblo de la esclavitud para hacerlo libres y que por tanto Dios se complace en la libertad del hombre; que Jesús, su Hijo, ha destruido la muerte y ha abierto en su Cuerpo que es la Iglesia una camino de liberación, de sanación y de resurrección para todo aquel que pone en El su confianza; que nada y ni nadie nos podrá separar del amor de Dios, ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni las amenazas ni las tentaciones totalitarias de los unos y de los otros. Sor Teresa Benedicta de la Cruz es todo un modelo y un ejemplo de cómo afrontar con magnanimidad de alma los desafíos de una cultura que se ha vuelto anticristiana y anticatólica: vivir el esplendor de la Verdad en nuestra existencia hasta el punto de estar dispuesto a morir por ella como corderos llevados al matadero cada día, nos recuerda San Pablo