En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí» (San Juan 14, 1-6).
COMENTARIO
¿No quieres caldo, pues toma tres tazas. Expresión que se suele utilizar cuando al tomar una actitud evasiva ante una idea, esta se vuelve machaconamente terca y, aun queriendo eludir el envite, de forma tozuda se pone delante una y otra vez. Así lo percibo con este pasaje del evangelio de hoy; que también se proclamó antes de ayer con motivo de la festividad de San Felipe y Santiago, y se volverá a proclamar pasado mañana como el correspondiente al 5º domingo de Pascua del presente “ciclo A”.
¿Por qué tanta insistencia? ¿Casualidad o necesidad? Quizás no sea tan terca la liturgia como aquellos a quien se dirige: tú y yo. Vivimos inmersos en la cultura de la posmodernidad, donde todo es relativo, cuestionable. No hay lugar para nada absoluto. Mucho menos para el Absoluto. Y el corazón del hombre, creado para el encontrar a Dios y encontrarse con Dios anda perdido, desorientado, errante hacia una deriva incierta… turbado, en definitiva.
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar” ¿y si no se sabe dónde está la meta? Si el camino son solo estelas en el mar, estas se borran pronto. En definitiva, como cantaba Jorge Cafrune: “Es demasiado aburrido seguir y seguir la huella, demasiado largo el camino sin nadie que me entretenga”. ¿Al final nos tendremos que conformar con el molesto ruido de los ejes de la carreta…y no pensar? Porque para quien no conoce el camino lo malo no es perderse sino que otro te lo marca y… nunca hay viento favorable para quien no sabe a dónde va.
Siguiendo con Machado: “¿Tu verdad? No. La verdad, ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela.” O Campoamor: “Nada es verdad ni es mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira”. El posmodernismo relativista niega la posibilidad de verdades absolutas. Considera al saber como algo incompleto; el conocimiento humano es incapaz de ser objetivo, ya que está influenciado por la historia y otras ideas preconcebidas. Es más la mera afirmación de la existencia de una Verdad absoluta, aunque no sea la mía, aunque se esté en vías de su conocimiento, no digamos ya si hablamos de una “verdad revelada”, es considerado fanatismo, actitud fundamentalista que ha de ser erradicada de cualquier foro de reflexión; paradójicamente para adoptar un neodogmatismo del pensamiento único, de lo políticamente correcto.
Y… “la vida”. En los años 80, unos hermanos cantautores cristianos de Palencia, Alberto y Emilia, cantaban: “vivimos un mundo raro; sólo queremos progreso. Nos importan más los perros que los niños que no nacen”. Me parecía un tanto exagerado, radical pero… 40 años después y visto el panorama, hasta se quedaron cortos. “¿Dónde está la juventud?…” seguían preguntándose en la canción. Narcotizados y enganchados a una pantalla, sería hoy la respuesta. Zombies. Vida virtual… inexistente: no vida.
En todo ser vivo, en lo más profundo de su instinto (irracional) está la lucha por la conservación de la especie. La lucha por vivir. El animal ante una amenaza huye o se defiende: valora su vida. La planta ante circunstancias adversas hunde sus raíces para buscar el agua en periodo de sequía, desvía sus ramas en busca de luz, se viste de atractiva belleza para ser polinizada: valora su vida.
En el ser humano, en cambio; el vitalismo de Nietzsche desvaría hacia el nihilismo más vacío; consciente o inconscientemente se convierte en discípulo de Sartre: “La vida es un paréntesis entre dos nadas” y como, y así lo cantaban las “Azúcar Moreno”, “sólo se vive una vez” se entroniza el “carpe diem” y el espacio vital queda reducido a una pista de hielo donde se va “deprisa, deprisa” y sin profundizar. A impulso del dictado de los más bajos instintos, que ni tan siquiera son animales pues, al menos, los animales valoran su vida. Indiferentemente instalados en lo que los últimos papas han venido a llamar “la cultura de la muerte”.
Pero, si no querías caldo, toma tres tazas: ¡Sí hay camino! ¡Sí hay verdad! ¡Sí hay VIDA!
Hay camino, como lo hubo para los discípulos de Emaús que, desencantados y con el corazón abatido, vagaban errantes a su pasado cuando, al dejarse interpelar por el compañero inesperado, encontraron su futuro dando media vuelta y poniendo la meta en el origen de su huída. Como inesperado fue también el “tirado en el camino” que cambió los planes del samaritano. ¡Hay camino!, pero “mis caminos no son vuestros caminos; mis planes no son vuestro planes” (Is. 55, 8)
Existe la Verdad. Pilatos se lo pregunta mientras la tiene delante. Es difícil para un poderoso, esclavo de su propio poder, reconocer la fuerza de la debilidad. Saulo de Tarso en nombre de la verdad oficial persigue a la Verdad, hasta que abatido y rendido ante la misericordia de Dios, tendrá que reconocer que cuando es débil es cuando es fuerte, y podrá hacerse esclavo de sus hermanos por amor: Verdad oculta a los sabios y entendidos de este mundo y revelada a la gente sencilla. “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 32)
Y, no solo hay Vida, sino que además tiene la última palabra. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10). Y aquí también nos encontramos con un contrasentido: Vivir consiste en no vivir para sí. “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.” (Lc. 9, 25)
“No se turbe vuestro corazón”.