«Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Jesús se encontró delante un hombre enfermo de hidropesía y, dirigiéndose a los letrados y fariseos, preguntó:”¿Es lícito curar los sábados, o no?”. Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió. Y a ellos les dijo: “Si a uno de vosotros se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado?”. Y se quedaron sin respuesta». (Lc 14, 1-6)
Al meditar en este evangelio me ha venido a la cabeza, y al corazón, una de las exclamaciones del Papa Francisco en la Exhortación Evangelii gaudium: “¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!” (n.109). Y es que toda la escena que narra san Lucas nos descubre el afán evangelizador de Jesús y nos ofrece una pauta luminosa, al menos en tres puntos.
El primero es su esperanzado afán de almas, expresado al aceptar la invitación para almorzar en casa de uno de los principales fariseos de la ciudad por donde pasa camino hacia Jerusalén. Me gusta pensar que Jesús es invitado por aquel fariseo porque Él mismo se “puso a tiro”, buscó de alguna manera ser invitado en aquella casa para así poder hacer el bien. A Jesús le interesan todos; también los que, al menos a primera vista, parecerían estar tendiéndole una trampa. Su esperanza apostólica le lleva aquel sábado a entrar en esa casa, sin pensar que no le entenderán o que su presencia será inútil o que solo cosechará un fracaso. El Papa Francisco nos advierte del peligro del desánimo y la desesperanza en el apostolado entre nuestros iguales, cuando la propia familia o el lugar de trabajo es quizás un ambiente espiritualmente árido. “Allí —nos dice— estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!”(EG 86).
En segundo lugar, Jesús manifiesta también una caridad exquisita con el prójimo. Cuando ante Él aparece un hombre hidrópico —cuya enfermedad era fácil de distinguir a simple vista, pues la hidropesía produce la hinchazón del vientre y de los miembros—, su corazón misericordioso le lleva inmediatamente a hacer el bien y a curar a aquella persona. Con su gesto nos manifiesta una vez más el valor de las obras de caridad, que han de hacerse siempre, incluso en “sábado”. Entre los judíos, el sábado era un día consagrado al Señor en el que no era lícito hacer actividad alguna. Pero, interpretando torcidamente este precepto, habían caído en un legalismo. Jesús nos hace ver que hay algo más fuerte que el legalismo, y es precisamente el precepto de la caridad. ¡Qué buen momento es el domingo —el “día del Señor” — para realizar obras de caridad con nuestros hermanos enfermos y necesitados! Esta costumbre tan arraigada en la tradición cristiana hace del domingo el “día de la solidaridad”, como señaló san Juan Pablo II en su Carta sobre el domingo (Dies Domini, 69).
La actitud de Jesús trasluce finalmente otro rasgo imprescindible en el apostolado: el “no” rotundo a los respetos humanos, al qué dirán, a la vergüenza de quedar mal. A pesar de que —como señala san Lucas— le estaban espiando para poder acusarlo. Reconozcamos que en el apostolado en nuestro ambiente a veces nos entran miedos al qué dirán, a ser inoportunos, a hacer las cosas mal o a fracasar. Pidamos a Jesús que nos quite esos miedos a hablar de Dios con nuestro testimonio de vida y de nuestra palabra, a pesar de las provocaciones, los malentendidos, las tergiversaciones que puedan provenir de quienes están “al acecho”.
¡Jesús, concédenos esperanza, caridad y audacia apostólica! Como dice el Papa, “los desafíos están para superarlos. Seamos realistas pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!” (EG 109).
Juan Alonso García