En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme».
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»
Jesús les respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan» (San Lucas 5, 27-32).
COMENTARIO
El Cristianismo, efectivamente, no es el resultado de una decisión ética, ni una reflexión filosófica. Benedicto XVI nos dejó un magisterio sumamente esclarecedor de este pasaje de San Lucas.
La fuerza de seducción del Evangelio está en la pretensión de Jesús de que ser discípulo suyo supone dejarlo todo, levantarse de nuestra poltrona, seguirle y luego ofrecerle un banquete. No puede expresarse mejor qué es la conversión. La llamada del Señor origina un movimiento de acercamiento hasta su encuentro personal, de tal manera que Jesús es el Señor porque se convierte en la razón fundamental de la existencia, orientada definitivamente a la Pascua sin término ni ocaso.