«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas”». (Mt 7,7-12)
Confieso que la lectura del evangelio de hoy y fundamentalmente de su comienzo no me ha dejado deseo alguno de comentarlo, sino más bien de aceptar su ofrecimiento e invitaros a hacerlo conmigo a los que compartís estos momentos. Es Jesucristo mismo quien nos invita a pedir seriamente ¿se puede perder uno en disertaciones delante del que tiene poder para darnos lo que pedimos, encontrar lo que buscamos y abrir cuando llamamos?
Pues en tu nombre Señor y siguiendo tu ofrecimiento: Concédeme la Fe Señor para verte presente en mi vida a todas horas, sin descartar las horas amargas. La fe para reconocerte en los acontecimientos que permites para mi bien cada día, para ver en ellos tu designio de amor, para amar tu voluntad y en su caso, dudar de la mía que tantas veces la oscurece y la aleja como la tierra se separa de los Cielos. Señor, el equivocado soy yo, no me dejes caer en el engaño de pensar que no lo haces bien conmigo. Dame una fe siempre fresca, capaz de asombrarme a diario de saberme y sentirme querido por Ti, una fe que me permita saborear la vida que contigo se llena de luz y de sentido.
Concédeme verte incluso en mi hermano que vive postrado un lento martirio desde hace ya varios meses, alimentado por sonda, respirando con asistencia, atado de manos a los barrotes de la cama y privado de la posibilidad de comunicarse. Concédeme Señor verte en él, servirte en él, amarte en él, sin el más leve atisbo de exigencia ni de escándalo, y cuando consideres que ha cumplido tu designio para cuantos le rodeamos y solo entonces, ten misericordia de él y llévalo contigo.
Concédeme Señor acogerte en esta mi pequeña morada… acogerte a Ti que no cabes en el Universo ¡qué cosas! Transforma, modela este corazón mío en el templo que estás empeñado en habitar. Hazlo aunque hayas de expulsar de él a latigazos a tanto bandolero, a tanto embaucador, a tanto embustero que pasea libremente por él y con los que comparto la envidia, el robo y la mentira.
Concédeme Señor celo por anunciarte en la misión que todavía hoy me pones en las parroquias que me encomiendas, en la casa en la que tanto me bendices, en el trabajo y en la calle. Celo para anunciarte perdiendo la vida y sin buscarme a mí, aceptando como un triunfo el fracaso y alegrándome con los cielos por cada pecador que se convierte.
Concédeme amar perdiendo la vida por mi mujer, por mis hijos y por mi suegra ya tan anciana. Concédeme recibir como el mejor regalo tuyo a los hermanos de la comunidad que me has puesto, llorando con los que lloran y haciendo mías las alegrías de los que ríen, tratándoles como quiero que me traten a mí.
Y concédeme amarte a Ti por encima de todo, con todo el corazón, con toda el alma, con todas mis fuerzas, y hacerlo así con mis enemigos. No permitas que marche de este mundo sin ver cumplidas las ansias que la Palabra del Sermón del Monte depositó un día en mi corazón, no sea yo siempre como un címbalo que resuena… ¡nada! Grabada en mi mente y colgada de la pared de mi habitación, espero el momento de poder mirarme en tu Cruz y reconocerme en ella.
Enrique Solana