En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehena” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo» (San Mateo 5,20-26).
La Cuaresma es tiempo de reconciliación, de pedir perdón y de perdonar. No podemos hacer violencia al altar. La Palabra nos exige acercarnos a la mesa del Señor en las debidas condiciones, y una exigencia es la que señala Jesús, y el salmista: “¿Quién puede subir al monte del Señor: el hombre de puro corazón y limpias manos”.
Además de la llamada que hoy nos hace el Evangelio, al coincidir con viernes se acentúa aún más la invitación a solicitar la misericordia y también a ejercerla en relación con los demás.
“Amor con amor se paga”. No podemos desear que los demás y Dios mismo nos comprendan, perdonen, excusen y, sin embargo, nosotros no tener el mismo comportamiento.
La celebración litúrgica nos propone siempre, al inicio de la Eucaristía, que nos acerquemos con actitud humilde, con la conciencia reconciliada, y por tanto con la actitud reconciliadora.
Santa Teresa recomienda, cuando tenemos alguna dificultad en nuestras relaciones, pedir por quienes nos han ofendido, y por quienes tenemos algún sentimiento violento. Si nos atrevemos a pedir por ellos ante el altar, comenzamos a desbloquearnos, y de alguna forma obedecemos a la indicación evangélica.
Es tiempo de acercarnos, también, al sacramento del perdón. Cuando lo hacemos con fe, el corazón se ensancha, la paz inunda el interior, y acontece la liberación del peso que arrastramos por nuestras debilidades, y pecados.
Dejaos reconciliar por Dios, reconciliaos con Él y con quienes convivís, si alguno tiene quejas contra otro, y como árbitro que impera siempre el perdón.