«En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”» (Mt 23, 1-12)
El evangelio de hoy es muy socorrido para quien quiere justificar su incredulidad, o para quien le gusta “ir por libre” en cuestiones de fe. Digo que es socorrido porque parece sencillo hacer una equiparación: Si la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, los escribas y fariseos de hoy serían la jerarquía católica. A partir de ahí todo cae por su propio peso: los curas son malos, imponen doctrinas que hacen sufrir a la gente y que impiden que las personas sean libres. Luego, no hay más que generalizar los pecados graves de algunos sacerdotes, identificando comportamientos personales con la institución, para que la conciencia quede totalmente sedada. Es curioso, cuando alguien quiere justificarse, cómo puede ver el mal ejemplo de uno y obviar la santidad de tantos sacerdotes que entregan su vida cada día, pero ya se sabe que quien quiere creer que la pradera es de color rojo siempre halla amapolas que justifican su teoría, y si no, las pinta.
Evidentemente, esta es una lectura muy sectaria a la que no parece interesarles la primera parte del mandato: “haced y cumplid lo que os digan.” Es decir, Jesús nos invita a diferenciar lo que es Palabra de Dios de lo que son comportamientos humanos expuestos a error. Jamás el Magisterio de la Iglesia Católica ha manipulado la doctrina para ajustarla a los pecados de sus miembros. Por eso los santos siempre han tenido claro que cualquier discrepancia que pudieran tener con el Magisterio provenía de su propio error, aun cuando la autoridad eclesial pudiera tener comportamientos no deseables. Así, San Ignacio de Loyola dice: «Debemos siempre mantener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras almas, porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia».
También desde algunos grupos sectarios se utilizan estos versículos para acusar a la Iglesia Católica de desviarse doctrinalmente, ya que ven como un incumplimiento de un mandato del Señor el que a los sacerdotes se les llame padres o consejeros. Pero ya desde los inicios, los mismos apóstoles se consideraban padres espirituales, porque engendraban hijos por Cristo y para Cristo (1 Pe 5,13, 1Cor 4,15, 1 Jn 2, 1 Jn 3,7).
La clave para entender este pasaje evangélico está en las dos últimas frases. El Señor nos está llamando, a ser humildes. Nadie debe creerse más que otro, sea cual sea su puesto en la Iglesia. La autoridad es servicio, y además es un don; el cargo es para cargar sobre uno mismo y no para descargar sobre los demás. Pero no solo los sacerdotes pueden ensoberbecerse; cualquiera, porque todos estamos hechos de la misma pasta, podemos creernos que somos alguien, a lo mejor solo por proclamar las lecturas en la misa, o por pasar la bandeja. Más aún, esta actitud no se espera de nosotros solamente de puertas adentro, sino en todos los ámbitos de nuestra vida. Ciertamente somos privilegiados, pero esto es motivo de agradecimiento, no de engreimiento. El que Dios Padre nos haya llamado a ser sus hijos no nos convierte en diocesillos, sino que es una invitación a participar de su naturaleza, a ser como Él, como se nos ha mostrado en Jesucristo.
No podemos olvidarnos de nuestra naturaleza de criaturas, la que Él mismo ha asumido en la Encarnación. Por eso el Señor nos indica cómo debemos vivir el servicio: «De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.» (Lc 17,10).
En cuanto a la obediencia al Magisterio, el Señor no nos pide obediencia ciega, sino humildad para reconocer nuestra ignorancia. Es fundamental para ello la oración y los sacramentos, y en la medida de lo posible una buena formación doctrinal. Así podremos experimentar y decir con Santa Teresa de Jesús: «Considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia».
Miquel Estellés Barat