«En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?”. Jesús les replicó: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”». (Lc 5, 27-32)
Hay dos cosas importantes que a mi entender conviene resaltar de este evangelio que nos relata la vocación de Mateo. La primera cosa que resuena es la propia llamada de Jesús a recaudador, simplemente le dice: “Sígueme”. No hay ninguna especificidad de lugar, no le dice a dónde le debe seguir; obviamente se trata de un seguimiento personal, la llamada es seguir a Jesús. Pero, ¿hacia dónde se dirige Jesús?
“Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre” (Lc 18,31), afirma el mismo evangelista en palabras de Jesús dirigidas a los Doce. Seguir a Jesús es ir a la cruz con él, tomar parte en su misterio pascual. Se lo dijo con toda claridad a los hermanos Zebedeos, que le pedían estar a su lado en su reino: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?”. Para recordarles a continuación: “Mi cáliz lo beberéis” (Mc 10,38-39). Y Pedro que en la última cena protesta porque quiere ir a donde va Jesús ahora, recibirá esta respuesta: “Adonde yo voy no puede seguirme ahora, me seguirás más tarde” (Jn 13,36).
Efectivamente, Pedro no puede seguir ahora a Cristo hasta la entrega total de sí mismo, sino que le negará tres veces, pero después de su vuelta y con la fuerza del Espíritu de Cristo, le seguirá hasta la muerte según la promesa de Cristo: “Cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras”. Y apostilla el evangelista: “Con esto indicaba la clase de muerte con la que iba a glorificar a Dios”. Y dicho esto añade Jesús: “Sígueme” (Jn 21,18b-19). Esta es la naturaleza del seguimiento que se le pide a Mateo, pero para ello es preciso una cosa: dejarlo todo, como hace el propio Leví, pues “cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,33).
Pero no basta con dejarlo todo y seguir a Jesús. Hay algo más. Nos lo hace saber San Juan al relatar la vocación de los dos primeros discípulos; estos, dejando a su anterior maestro, siguen a Jesús y ante la pregunta de este inquiriendo lo que buscan, responden simplemente: “Maestro, ¿dónde vives?”. A lo que les respondió: “Venid y lo veréis”. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él” (Jn 1,38-39). De eso se trata en el seguimiento de Cristo: permanecer con él, hacerse una cosa con él, pertenecerle a él, siendo partícipes de su ser y de su misión.
En segundo lugar, llama la atención en este evangelio, la actitud de los fariseos al criticar la actitud de Jesús de compartir la mesa con los publicanos y pecadores. Estos no practicaban los complicados ritos de la alimentación con los que la casuística farisea pretendía cumplir la ley. Jesús les mostrará que por encima de todo ello está la misericordia, pues él ha venido a salvar lo que estaba perdido. De algún modo esta escena se hace eco de los numerosos problemas que surgieron en la comunidad primitiva al compartir mesa con los gentiles, como nos refieren en varias ocasiones los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 10,15; 15,20) y comenta Pablo en algunas de sus cartas, como cuando reprocha a Pedro que se apartara de la mesa común por temor a los partidarios de la circuncisión (Ga 2, 11-14). Jesús rompe esta práctica externa y rigorista del cumplimiento de la ley, anteponiendo la sinceridad y la conversión del corazón.
Ramón Domínguez