Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es con mucho lo mejor; (Fl.1,21ss)
Pasó otro año y casi siempre se oye: “Que este nuevo año sea mejor que el anterior”. Pero mejor, ¿en qué?. ¿Tal vez más salud, más dinero, más amor? Quizá, ya no lo nombremos así para no emular la célebre canción “Tres cosas hay en la vida…”. Ahora lo llamamos “calidad de vida”, que viene siendo —entre nosotros—: salud, dinero y amor.
Mas el cristiano tiene otros anhelos. El primero: “…que el Señor sea tu único deleite, y él colmará los de – seos de tu corazón”, el agradecimiento a Dios por todo lo que tenemos y lo que no tenemos; o ¿es que tal vez pen – samos que cada uno tiene lo que se merece? Dios se despierta cada mañana buscando un hombre que sea agradecido, que se levante contento dándole gracias por la vida. Pero ¿de dónde brota el agradecimiento? ¿Acaso de la humildad? Los años van suavizando la estulticia; los errores, la soberbia; la enfermedad, la prepotencia; y la debilidad que nos descubrimos cada día, nos hace palpar la misericordia de Dios. Pues la gracia es más grande que el pecado, y la misericordia de Dios más potente que el mal, porque tiene la capacidad de transformarlo en bien.
El segundo anhelo: “encomienda tu suerte al Señor, confía en él, y él hará su obra…” porque tenemos un corazón herido por la experiencia de la muerte y una enfermedad que por sí sola no se puede curar. o sea, hacer el deseo de Dios, porque ya hemos comprobado que nuestra voluntad nos tiraniza, nos lleva a la amargura, a la insatisfacción acre, a la sequedad del corazón; nos adentra en la soledad, donde sólo se encuentra nuestro yo. Que este nuevo año pueda hacer tu voluntad, que ella me lleve a las aguas transparentes que sacian, para que ya no vuelva a tener sed, para que no tenga que acercarme a cada rato al pozo de las vanidades, a la alberca de los sentidos, al abrevadero de las sensaciones. Que no ceda a la tentación del mal, del juicio y del chisme, de la murmuración impía. Que no me siente en la silla de los burlones, ni me recline en el diván de la arrogancia y el desdén. Porque el amor al hombre es la única debilidad de Dios. Él se pierde por nosotros y no ha dudado en entregar a su hijo a la muerte por salvarnos; para que no se pierda ninguno de los que Él ha llamado. Concédenos, Señor, en este nuevo año, no dudar nunca de tu amor.
¡oh!, qué bellos tus amores,
son como racimos de esmeraldas,
tu palabra como un soplo límpido,
y en los campos que amarillean para la siega
encontramos las delicias de tu mirada,
después de negarte, de injuriarte…
Solo un aroma ansío,
solo un canto en esta tierra,
no dudar nunca de tu amor.
Jorge L. Santana