“Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo” (San Juan 2, 13-14. 16-21).
COMENTARIO
Una clave para comprender las Escrituras es saberlas interpretar en su contexto. Y un riesgo que existe a la hora de aplicarlas es sujetarse a una interpretación literal de los textos. El Evangelio de hoy nos ofrece un ejemplo del error posible, al constatar el sentido que le daba Jesús a sus palabras, y el sentido con el que las interpretaban sus oyentes. Es muy diferente, si se comprende que Jesús habla del templo de su propio cuerpo, a que se caiga en el literalismo de aplicarlas al edificio material.
En el Evangelio sobresale la llamada a respetar los lugares sagrados: “No convirtáis en mercado la casa de mi Padre”. Esta indicación es aplicable a la actitud que se mantiene en los templos, en los que en tantos momentos se convierten en un lugar de encuentro social, en estos casos, el sentido de lo sagrado y el silencio se pierden, cuando Jesús reivindica que mi casa es casa de oración.
Otro sentido posible del texto, que hoy se proclama en la fiesta de la catedral del Obispo de Roma, el Papa, es aplicarse cada uno lo que significa que nuestros cuerpos son templos, realidad sagrada, en los que habita el Espíritu de Dios. El cuerpo propio y el del prójimo merece respeto. Acabo de ver la película “Sound of Freedom” (Sonido de libertad) sobre el tráfico de niños. En la que se afirma: “Los niños de Dios no se venden”.
Propuesta
Reza por el Papa, valora la dimensión sagrada de tu corporeidad, y respeta los espacios dedicados a la oración.