En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.» Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio» (San Mateo 5,27-32).
COMENTARIO
Vaya racha de “evangelios” que llevamos: ayer, todos asesinos: (“El que llame imbécil a su hermano merece la condena de la gehena.”) y hoy todos adúlteros, ¿o me va a negar alguien, sobre todo ahora que empiezan los calores y la ropa se hace molesta, que no se le ha escapado más de una mirada o dos? Y no es que yo quiera mirar, son mis ojos que son autónomos.
Vista así la cosa y con esta radicalidad, más aun teniendo en cuenta que unos cuantos versículos antes se nos advierte de no cambiar ni una tilde de la Ley, resulta que va a tener razón mi padre cuando decía que “si en el “quinto” no hay perdón y en el “sexto” no hay rebaja, ya puede nuestro Señor llenar los cielos de paja”. Quizás exagere un poco, no el evangelio, sino mi padre, y el cielo no quede meramente reducido a una montonera de forraje, pero visto lo leído a lo más que podría parecerse sería a un hospital de mutilados.
Lo que no hay que mutilar en absoluto es la radicalidad de estas palabras que, según los exégetas, serían los llamados “logion”, frases recogidas por los evangelistas como “ipsisima verba Iesu” (Expresiones literales pronunciadas por Jesús).
“Radicalidad” no es igual a fanatismo o intransigencia. Radicalidad es ir a las raíces mismas de aquello que se está tratando. En primer lugar: Evangelio, en su raíz etimológica significa “Buena Noticia”, y ha de serlo de principio a fin. Por tanto el texto que nos propone hoy la liturgia no puede ser la pésima noticia de la disyuntiva “churrusque” o tullido, sino una propuesta de vida que nos abre a nuevos horizontes.
Tampoco se puede “adulterar” el adulterio. Dejarlo meramente en un problema moral de “cintura para abajo” sería reduccionismo. Yendo también a su raíz etimológica: Prefijo “Ad” que indica cercanía pero fuera de lugar. En el sufijo hay discrepancias; puede ser “altere” (lo otro) o “ulterior” (que va para atrás). En ambos casos se trataría de algo que ha perdido su “autenticidad” su originalidad. Podrá ser parecido, pero ya es otra cosa. Adulterado podría ser un alimento envenenado, con consecuencias letales, pero también hay adulterio en los tomates de invernadero que no saben a tomate o en la insípida carne engordada con hormonas que es todo agua. Puede que incluso nos acostumbremos, pero no es lo mismo. Recuerdo la anécdota que me contaba mi hermano que siendo mi sobrino pequeño le dio a probar jamón del Valle de los Pedroches y la exclamación del niño fue: “Papá, este jamón no es igual que el otro”. A lo que mi hermano intuyó “Ya he hecho algo mal”. Pues bien, esta podría ser la “Buena Noticia” de hoy, que el Señor quiere darnos a probar de lo genuino, invitarnos a probar lo auténtico para que ya no nos guste el sabor de lo adulterado. Y lejos de arrepentirse, insiste; pero al modo de Oseas ante su esposa adúltera: no con ataduras legales sino con lazos de amor. (Cf. Os. 11, 4)
Quiere invitarnos a probar “lo auténtico” en las relaciones humanas, donde el otro (la otra) no sea un objeto de usar y tirar. Autenticidad que alcanza su culmen en la unión del varón y la mujer, en cuyo amor entregado Dios ha querido dejar la imagen de su propio amor.
No perdamos de vista que estamos en el contexto de las “bienaventuranzas”: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. “Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” rezamos en el Salmo de la liturgia de hoy. Que la auténtica imagen de tu rostro en la santidad del matrimonio no quede escondida por la adulterada imagen de un pensamiento impuro y egoísta.