No solo los adultos se deprimen. Durante un largo período de tiempo la comunidad científica, por razones estrictamente teóricas, consideraba que la Depresión Infantil no existía. Sin embargo, una vez aceptada y reconocida en 1975 como trastorno o entidad psicopatológica por el National Institute of Mental Health (NIMH), cada año son más los casos diagnosticados. Las razones por las que un niño se siente deprimido son muchas: cambios de colegio o de ciudad, muerte de un familiar o de una mascota, enfermedad de algún allegado, separaciones de los padres, cambios hormonales, situaciones de tensión, problemas de aprendizaje, enfermedades crónicas… aunque en ocasiones la tristeza es simplemente un síntoma de otro trastorno mayor. Las demostraciones de atención y afecto resultan claves en estos momentos tan especiales.
La depresión infantil es un trastorno difícil de detectar, y aunque tiene poca prevalencia, un 4% de los niños menores de 12 años y un 8% a partir de esa edad, obviar su tratamiento puede acarrear trastornos más graves en la adolescencia, ya que sus consecuencias podrían condicionar toda una vida. Se trata de una enfermedad que dificulta el desarrollo afectivo y emocional, el aprendizaje escolar y familiar, y las conductas de habilidad o adaptación social.
La tristeza es el efecto más visible pero en muchas ocasiones es simplemente un síntoma que enmascara otro trastorno psicológico mayor. Generalmente se acompaña de síntomas también evidentes como fracaso escolar, ira, agresividad, rebeldía, timidez, inhibición, malas contestaciones o insultos a padres y profesores, etcétera. También puede estar asociada a otros trastornos como déficit de atención, hiperactividad, trastornos de conducta, complejos de inferioridad y de alimentación…
Causas
Cada niño es único en su forma de ser, en su personalidad y en la manera de aceptar los cambios que se producen en su vida, por eso son muchas los detonantes de la depresión infantil.
Entre las más frecuentes se encuentra los cambios en su estabilidad emocional y familiar: la pérdida de uno de los padres por muerte o separación, divorcios traumáticos (en Madrid se divorcia una pareja cada media hora), muerte de un abuelo, cambio de barrio o de colegio. También influyen los pensamientos negativos o distorsionados sobre uno mismo (“nadie quiere ser mi amigo”, “todos se ríen de mí”, “soy un inútil”, ”todo me sale mal”, “no conseguiré aprobar”) y el déficit de conductas que los niños necesitan para relacionarse (habilidades sociales y solución de problemas), el fracaso escolar o el fracaso en la relación con los compañeros (sentirse juzgado, criticado o rechazado).
Las vivencias traumáticas, ingestión de medicamentos o drogas, abuso sexual, acoso escolar, fracasos en deportes o juegos, comportamientos negativos de los padres, depresión de uno de los padres, profesores que dañan su autoestima en público, otros trastornos psicológicos o enfermedades médicas de larga duración, complejos físicos o psicológicos, falta de control sobre las situaciones aversivas, factores de personalidad que le hacen más inseguro y vulnerable a acontecimientos exteriores (personalidad perfeccionista, obsesiva, con baja autoestima y pesimista), pensamientos negativos frecuentes sobre sí mismo, el mundo y el futuro pueden convertirse igualmente en detonantes de la depresión infantil.
Como es lógico, la acción de los padres con los hijos tiene mucho que ver en la aparición de este trastorno de ánimo. Padres sobreprotectores, o que casi nunca expresan afecto, padres excesivamente coercitivos, padres que impiden a los niños conseguir su propia autonomía y le ponen metas inalcanzables, padres que establecen comparaciones entre hermanos, etcétera, facilitan el desencadenamiento de esta enfermedad.
Muchos padres acostumbran a sus hijos a un consumismo excesivo, y luego no son capaces de asimilar la frustración que genera en los hijos el no conseguirlo todo de inmediato. En las separaciones, cuando uno de sus padres tiene otra pareja con hijos, el hecho de tener que aprender a llamarlos hermanos, les genera tal estrés y rechazo que puede terminar en depresión. La soledad de los niños debido a las prolongadas jornadas laborales de los padres también puede incitar a este trastorno.
Síntomas
La depresión infantil produce en el niño una importante alteración en su adaptación familiar, escolar y social. Aunque cada niño presenta síntomas diferentes, muchos podrían estar encubiertos, por lo que es necesario preguntar a los profesores, compañeros y amigos sobre la conductas y actitud del niño. En la mayoría de las ocasiones, la depresión infantil va unida a otro trastorno, como ansiedad por separación, hipocondría, trastorno obsesivo, enuresis o encopresis, u otras enfermedades médicas de larga duración (duelo, discapacidad, cáncer, etc.) El 76% de los niños con depresión entre 7 y 16 años tienen pensamientos de suicidio.
Nunca es bueno sacar conclusiones apresuradas, no obstante, padres y profesores debemos estar atentos cuando el niño presenta uno o más de los siguientes síntomas:
– Ánimo deprimido con frecuencia o permanentemente .
– Pérdida de interés por actividades que antes le eran placenteras.
– Fatiga habitual. Falta de energía. Enlentecimiento psicomotor.
– Dificultad de atención, concentración o memorización. Incapacidad para estudiar.
– Dificultad para pensar y tomar decisiones.
– Pensamientos de suicidio.
– Agitación o apatía y tristeza.
– Síntomas de ansiedad (fobias, ansiedad de separación…)
– Irritabilidad y rabietas repetidas.
– Concepto negativo de sí mismo. Sentimientos de autodesprecio.
– Baja autoestima. Miedo al ridículo y miedo excesivo al fracaso.
– No se siente querido en clase, en la familia, por los amigos…
– Timidez, dificultad de relación interpersonal.
– Lágrima fácil.
– Pesimismo o desesperanza en sus palabras.
– Negativa a ir al colegio. Pérdida de interés por las actividades extraescolares.
– Dificultad de aprendizaje escolar. Quejas de los profesores. Falta de esfuerzo en clase o al hacer los deberes.
– No respeta la autoridad de los padres o profesores.
-Quejas psicosomáticas (sin causa orgánica), como sensación de ahogo, taquicardias, náuseas o vómitos, dolor abdominal, cefaleas, hipersudoración, hábitos nerviosos como tics o morderse las uñas (onicofagia).
– Silencio, no contesta a lo que se le dice.
-Aislamiento, busca estar solo. No participa ni habla en grupo.
– Insomnio o hipersomnia. Pesadillas frecuentes.
– Dificultad importante en sus conductas de adaptación social. Expresa fobia social: no quiere jugar o salir con los amigos.
– Timidez, dificultad de relación interpersonal.
– Deja de ser simpático o agradable con los demás.
– Conductas de ira o rebeldía. Discute por todo lo que se le dice.
– Pensamientos o sentimientos de inutilidad o culpabilidad.
– Complejos físicos o psicológicos.
– Deseos de escapar de casa o del colegio.
– Preocupación excesiva por su imagen corporal.
– Falta de apetito o pérdida de peso.
– Alteración en el control de esfínteres (enuresis, encopresis).
Tratamiento
En el caso de que el niño comience a aislarse, a comportarse mal o a hacer comentarios negativos sobre sí mismo, es momento de solicitar ayuda profesional. El diagnóstico y tratamiento temprano de la depresión son esenciales. Aunque existen varios tratamientos, tanto farmacológicos y psicológicos, los resultados de estudios recientes (Michael y Crowley) demuestran que el tratamiento psicológico es el que demuestra mayor garantía y eficacia. Concretamente, la terapia cognitiva y la conductual
En contraste con lo que ocurre con la depresión adulta, donde la terapia farmacológica ofrece muy buenos resultados y es considerada tratamiento de primera elección, su eficacia para la depresión infantil no ha sido aún demostrada. Así, en el año 2004, la FDA (siglas en inglés de la Agencia de Alimentos y Medicamentos) admitió, después de analizar 15 estudios clínicos, que los antidepresivos inducen al suicidio en niños y adolescentes. En el Reino Unido, por ejemplo, está prohibido recetarlos a menores. En caso de ser estrictamente necesarios han de estar obligatoriamente recetados y vigilados por un buen especialista, y siempre como apoyo al tratamiento psicológico.
Por el contrario, la eficacia de la terapia cognitiva para la depresión infantil ha sido manifiesta en muchos estudios científicos. Esta terapia va mucho más allá de lo que puedan aportar la lectura de manuales de pensamiento positivo, conocidos como “libros de autoayuda”. Su tratamiento consiste en cambiar los pensamientos negativos del niño sobre sí mismo, sobre los demás y sobre la propia competencia y futuro. Mediante una reestructuración cognitiva se cambian los pensamientos negativos por otros positivos, con autoinstrucciones positivas que practica en casa y que logran transformar por consiguiente las conductas negativas en positivas.
Las conductas se producen siempre por los pensamientos que tenemos. Con la terapia cognitiva, el niño piensa de forma más positiva y adaptativa, de manera que se incrementan sus conductas positivas, haciendo que con su actividad positiva mejore la interacción con los demás y se sienta más seguro. Al mismo tiempo se consigue reforzar todas las conductas no depresivas del niño.
Prevención
Como hemos podido apreciar, la depresión no aparece porque sí, sino que son muchas las causas que pueden hacerla posible. Como padres y educadores no debemos pasar por alto las siguientes recomendaciones:
1. Procura que tu comportamiento sea coherente con lo que dices. Aprenderá de tu ejemplo.
2. Trata siempre a tu hijo con afecto, es decir, utiliza un “estilo afectivo de comunicación”. Fija como objetivo principal la mejora de la comunicación familiar. Esto dará frutos importantes.
3. Procura estar siempre de acuerdo con tu pareja. Es importante que el niño no reciba una opinión contraria del padre y de la madre. No discutáis nunca delante de vuestros hijos. Aprenden y captan más de lo que pensamos.
4. Las normas de conductas han de ser entendidas por el niño como algo bueno, y por supuesto, alcanzables. Exige su cumplimiento de forma razonada, no coercitiva.
5. Consigue una armonía familiar y escolar. Refuerza su conducta con frases positivas. Cuando tu hijo falle, procura ser comprensivo. Anímale a que la próxima vez lo haga correctamente, explicándole que es por su bien.
6. Procura hablar con cierta frecuencia con sus profesores. Es importante que vea cómo te interesas por el colegio. Enséñale a ver como una expresión de afecto el preocuparte por su salud, llevarle al médico, vacunaciones, higiene personal, etc.
7. No le obligues a hacer cosas innecesarias que no quiere, pero refuérzale en lo necesario.
8. Prepárale para situaciones estresantes. No se las evites, solo explícales cómo afrontarlas. Le hará más fuerte y controlará su emotividad.
9. Programa desde pequeño actividades positivas en las que se divierta y se sienta bien. Invita a sus amigos a casa. Sorpréndele con planes que le gusten; que compruebe cómo tienes en cuenta sus preferencias.
10. Cuando logre o consiga algo, refuérzale siempre con frases positivas y expresiones de afecto que le faciliten un concepto positivo de sí mismo. Tu hijo se sentirá bien si ve que le ayudas a divertirse en lo que más le gusta.
11. Procura que siempre exprese lo que piensa o lo que siente, sobre todo si se siente diferente en algo a los demás. Explícale que eso es normal, que cada uno tiene sus preferencias, su personalidad, sus opiniones, etcétera. Esto le evitará en el futuro pensamientos negativos.
12. Procura que os vea reír y de buen humor, recuerda que sois su modelo a imitar. Enséñale a ser a ser tolerante con el ejemplo, que no os vea criticar a otras personas o familiares.
13. Edúcale en valores: en el esfuerzo, el respeto a los demás, el perdón, entender los fallos o deficiencias de los demás, en ayudar a otros, en la comprensión, el amor, saber escuchar, no ser rencoroso…
14. Poténciale conductas positivas: que practique algún deporte o actividad en grupo, así desarrollará habilidades sociales y se sentirá más seguro cuando le observen los demás.
15. Intenta crear en él una afición concreta y positiva como la lectura, la música, la pintura, el cine, el teatro, etcétera.
16. Es de vital importancia para su madurez y autocontrol emocional que le enseñéis desde pequeño a tolerar la frustración, a reaccionar en positivo cuando no consigue algo o no le sale bien.
17. Desde pequeño, hay que ignorar sus rabietas, no ceder ni darle lo primero que pide. Tiene que comprender que lo hacéis por su bien, aunque parezca que no lo entiende o lo rechaza.
18. Que en la familia aprenda a respetar su turno en todo: en las tareas domésticas, en la compra de ropa… Debe comprender que los derechos de sus hermanos son tan importantes como los suyos.
19. Enséñale a no conseguir la gratificación inmediata. Según va avanzando en edad tiene que aprender a demorar progresivamente sus premios.
20. Es necesario que aprenda a compartir, de esta forma no será un niño egoísta y mejorará su sociabilidad.
21. Cuando haya hecho mal, fomenta en él la responsabilidad, no la culpabilidad.
22. Alábale más por su esfuerzo y estudio que por las notas que consiga. Conviene fijarle siempre objetivos realistas. Es mejor decir: “qué estupendo, has sacado cinco notables”, que decirle: “la próxima evaluación quiero todo sobresalientes”.
23. Fomenta que se acostumbre a hablar de una forma racional, intentando que visualice las causas, entendiendo y razonando lo que expresa. No te calles cuando veas que tiene una visión simplista de un hecho.
24. Intenta que participe cada vez más, acorde con su edad, en la toma de decisiones de la familia. Se sentirá mejor integrado.
25. Evita siempre las etiquetas con él y no uses un lenguaje absolutista con palabras como “siempre”, “jamás”, “nunca”.
26. Acostúmbrale a pensar y no le facilites la solución. En todo lo posible hay que fomentar su autonomía: en las tareas domésticas (limpiar, ordenar, cocinar…), administración de su dinero, tomas de decisiones, pago de las consecuencias, etcétera. Ayúdale en sus problemas pero no se los resuelvas.
Como cristianos, debemos, con la palabra y el ejemplo, educar a nuestros hijos en los valores cristianos del amor, la entrega, la ayuda a los demás, el perdón, la comprensión, la paciencia, la tolerancia.. Es muy importante enseñarles a no juzgar a los demás, a amar a nuestros enemigos; que conozcan el inmenso valor de la oración, buscar los bienes espirituales por encima de los materiales, etcétera. De esta forma es mucho más difícil que nuestros hijos puedan padecer depresión.
“Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian (…) para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 71 y 79).
1 comentario
Felicidades excelente artículo .Con principios de una Familia y con Valores que nunca deben de olvidarse