Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vi a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido». Ellos fueron. Salió de nuevo hacia medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí todo el día sin trabajar? Le respondieron: «Nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña». Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros». Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo. «Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has trata igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.». Él replico a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos» (San Mateo 10, 1-16).
COMENTARIO
Ni idea. Ciertamente es una expresión coloquial, muy usada, para expresar una ignorancia absoluta sobre algo. No tengo ni idea. Es nuestro caso. Más nos vale reconocer que sobre el Reino de los Cielos no tenemos ni idea.
La mayoría de las personas que se acercan a esta parábola apoyan a los jornaleros que protestan. Algunos admiten la réplica del Propietario, pero, en todo caso, se adhieren a la protesta: no es justo que cobren lo mismo todos. Nótese que a los de la segunda, tercera y cuarta contrata, el relato no promete un denario sino «lo que es debido». Dando a entender que habría una tácita proporcionalidad «aceptada».
También es destacable el orden o secuencia de los pagos; los contratados al principio son los últimos en cobrar; reciben lo acordado, pero los últimos. Esta secuencia es la que les despierta la codicia y la expectativa de una retribución mayor. Y, de hecho, da paso a la arrogancia de protestarle al amo que les había asegura un jornal, su sustento, con su denario.
De la respuesta del Señor, me llaman la atención, especialmente, tres cosas:
- Al protestón le llama «amigo». No se irrita ni lo vilipendia.
- Apela a la justicia como «no injusticia»; lo acordado es lo justo.
- Le previene frente a la envidia. Terrible pecado que se conceptúa como «pesar por el bien ajeno», que pone al descubierto la miseria que habita en nuestro corazón y gobierna nuestra vida.
De este modo nuestra solidaridad con la queja evidencia nuestra soberbia; nosotros no hubiéramos actuado así, nosotros somos «mejores» que Dios.
Si queremos darnos por aludidos – la parábola se dirige a «los discípulos» – y queremos saber cómo será el Reino, lo honesto es decir que no tenemos «ni idea», precisamente porque nos nutrimos de otras ideas, cavilaciones y proyectos.
En la segunda lectura, San Pablo se debate entre partir con el Señor, que «es con mucho lo mejor», o quedarse para que «vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo».
El libro de Isaías es aún más claro: «Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de los vuestros».
Es verdad: no tenemos ni idea de en qué consiste el «reino de los cielos». Todos nuestros caminos y proyectos no solamente están meramente desviados o son diferentes a los de Señor, es que nuestras proyecciones no se parecen ni por asomo a lo que Dios quiere. La diferencia es abismal; lo que dista el cielo de la tierra, que no es algo mensurable sino propiamente desconocido.
Partiendo de esta ignorancia supina, es muy aventurado sugerir algo concreto. Pero contando con que el Señor es «bueno», y así lo dice, se pueden sugerir algunos mensajes.
Quizás el más fuerte es la relectura de la historia del Pueblo de Israel; ellos fueron contratados – con pacto sagrado – antes que nadie. Ellos tenían «la garantía » de la salvación, como pueblo elegido, desde la primera hora. Otros han llegado más tarde, y no por eso, el Señor «bueno» quebranta su alianza derramando su generosidad sobre otros. Es verdad que ellos has sufrido vicisitudes durísimas (esclavitud en Egipto, exilio en Babilonia, tres destrucciones del Templo, la Soah en el siglo XX ), han soportado el peso de la Historia y el bochorno de la persecución, pero no deben sentir envidia por la extensión de la misericordia divina a todas las naciones; esto forma parte de la promesa solemne a Abrahán. Pero los primeros serán los últimos, y los últimos (los de los últimos tiempos) los primeros, porque los caminos y planes de Dios son insondables. A Dios no lo suplanta ningún criterio humano.
Otra consideración sorprendente es la preocupación del Señor por la Viña. Hay que reparar en que no le inquietan lo más mínimo las cosas (su propiedad) sino las personas. Cualquiera de nosotros iría a ver cómo iban los trabajos en la viña, sin embargo, el Señor se va la plaza, a donde están los hombres. Le preocupan los parados hasta el extremo de que hace cuatro rondas de contratación; él se ocupa personalmente de su angustioso estado, pero lo demás, incluso el pago, lo delega. El dueño de la viña esta mucho más preocupado por las personas, incluso las que se lamentan de que «nadie nos ha contratado», que por su heredad.
Ni idea. Nuestros caminos y nuestros planes no son los del Señor, aunque nos resistamos a reconocerlo o protestemos por ello.