Aunque el filólogo lebrijano gozó de un notable reconocimiento por sus publicaciones, curiosamente no fue ese el caso de su Gramática, publicada en 1492, que no se reeditó en vida de su autor. Se adelantó a su época, pero el paso de los años irá agrandando la importancia de la que fue la primera gramática de una lengua vulgar. Nebrija habría quedado perplejo ante las tesis de quienes, siglos después, quisieron atribuir al español un carácter imperialista, tergiversando unas palabras que fueron escritas antes de que Colón partiera con sus naves.
Sobre la actualidad de Nebrija bastaría con recordar que, si los 600 millones de hispanohablantes podemos entendernos, se debe a él en gran parte. Estamos conectados mediante un software libre, nuestra lengua, que nos permite comunicarnos, expresar ideas y sentimientos, crear, imaginar. Esa misma lengua que Nebrija contribuyó a desarrollar con su gramática.
Pero el legado de Nebrija no se agota en su faceta de filólogo. Todo le interesaba: historiador, pedagogo, traductor, exégeta, docente, lexicógrafo, impresor, editor, cronista real y poeta. En suma, un verdadero polímata, un universitario auténtico. Y como tal, hoy de nuevo estaría frente a la nueva inquisición de los espacios seguros y la cancelación que asolan algunos campus universitarios, porque la inquisición muta, pero reaparece adoptando formas diversas. Le tocó vivir un momento bisagra en el que lo medieval se iba desvaneciendo y la modernidad pugnaba por emerger. Nebrija representa el ideal del Renacimiento, del pensamiento humanista, cuyas ideas fue de los primeros en traer a España.
Antonio de Nebrija habita entre nosotros; su espíritu independiente y su pasión por saber son ahora más necesarios que nunca.