Película: Nebraska. Dirección: Alexander Payne. País: USA. Año: 2013. Duración: 114 min. Género: Drama. Interpretación: Bruce Dern (Woody Grant), Will Forte (David Grant), June Squibb (Kate Grant), Bob Odenkirk (Ross), Stacy Keach (Ed), Mary Louise Wilson (tía Martha), Rance Howard (tío Ray), Tim Driscoll (Bart).Guión: Bob Nelson. Producción: Albert Berger y Ron Yerxa.Música: Mark Orton. Fotografía: Phedon Papamichael. Montaje: Kevin Tent. Vestuario: Wendy Chuck. Distribuidora: Vértigo Films. Estreno en España: 7 Febrero 2014. Calificación por edades: Apta para todos los públicos.
Tengo la suerte —y también la responsabilidad— de estar dirigiendo la tesis doctoral a Miguel Ángel Millán, en la que en uno de sus capítulos —a mi entender precioso— trata sobre el director de “Nebraska”, Alexander Payne. Entre otras muchas cosas interesantes señala Millán que su nombre real es Alexander Constantine Papadopoulos, de descendencia helénica. “Nació en la ciudad de Omaha (1961) en el este del Estado de Nebraska en el seno de una familia greco – americana propietaria de un restaurante. La misma ciudad que contempló los primeros pasos de algunos mitos del séptimo arte, tal es el caso de uno de los más brillantes intérpretes de la historia del cine como fue Marlon Brando (1924 -2004) o el malogrado Montgomery Clift (1920 -1966) o el todavía activo Nick Nolte (1941). La ciudad de Omaha cuenta con una población próxima a los cuatrocientos mil habitantes y en sus proximidades se encuentra la famosa Ciudad de los Muchachos, fundada por el sacerdote católico Edward Flanagan en 1917 para la atención, educación y cuidado de los jóvenes en exclusión social. En 1941, el cine rendiría un sentido homenaje a la labor de este presbítero, en una película con homónimo título e interpretada por Spencer Tracy en el papel del Padre Flanagan. (…) Una de las características del cine de Payne ha sido emplear el uso de su tierra como espacio físico de rodaje, lo fue con su opera prima “Citizen Ruth”(1995) y lo es hasta su última producción, estrenada en Cannes 2013 con el representativo título de “Nebraska”. En lo que parece un viaje a las raíces de la genealogía familiar, a explorar la memoria, a la depositaria remembranza que habita en cada individuo. Una última película que los críticos destacan por la consanguinidad, el legado y la descendencia”.
Cierro la cita y comenzamos a comentar “Nebraska”. La película no ha conseguido ningún Oscar en la reciente última edición. No importa. Dicen los expertos que, al menos podía aspirar y merecer seis. Payne nos tiene acostumbrados al buen cine, pues en su variedad argumental, nunca falta ni la atención a lo específicamente humano ni a su estilo propio y sugerente. Recordemos “A propósito de Smith”,
“Entre copas” o “Los descendientes”.
Su cine no se agota, sino cada vez evoluciona hacia planteamientos más interesantes. De hecho se va difuminando un estilo en cierta manera caricaturesco de sus personajes, y los perfila más reales e interesantes. “Nebraska” se eleva por encima de sus predecesoras y se ha llegado a decir que es “la joya del año”, por su delicadeza que abarca desde el paisaje gris, a la música a veces alegre, y a los personajes tan tiernos y cómicos. Para el crítico Orellana la singularidad de la película reside en cómo está contada; ese tono que hace que el espectador se ría de los personajes mientras tiene la sensación de que el director no lo hace. Une humor irónico y humanismo en el que se entrelazan el estilo de Frank Capra o el de John Ford, pero sin renunciar a las señas de identidad de nuestro tiempo. De Capra resuenan los personajes tan angelicales como mundanos; de Ford la impotencia de un paisaje marcado por la lucha y la supervivencia.
Excelente cine costumbrista
Nebraska” tiene la originalidad, últimamente empleada por otros directores, de ser una cinta en blanco y negro, lo que hace elogio al cine-cine. Es una película minimalista, además de costumbrista, sencilla y narrativa. Se relata la decisión tomada por el anciano Bruce, al recibir una carta en la que se le comunica que ha sido agraciado con un premio de un millón de dólares. La carta es la típica estrategia comercial engañosa empleada por una empresa para conseguir clientes, mostrando concursos falsos, que casi todo el mundo reconoce, pero no Bruce. No hay quien le convenza; nuestro protagonista alberga el sueño de adquirir una camioneta y piensa que esta es su oportunidad. Se plantea por ello hacer el viaje desde su lugar de origen, Billing (Montana) hasta Lincoln (Nebraska). Bruce es alcohólico y va presentando los primeros síntomas de demencia senil, con su dosis de utopía y de tristeza.
Aparece en la película la permanente relación paternofilial. Esta vez la dialéctica consiste en disuadir al anciano de este proyecto. Pero por mucho que insiste, como no está dispuesto a ceder, el hijo decide acompañarle, también por el motivo conmovedor de la compasión que siente por su viejo padre, y por la realidad más vulgar que en el pueblo en el que viven —pertenece a la América profunda— no hay en realidad nada imprescindible que realizar.
Destaca la interpretación grandiosa de June Squibb (Kate Grant), que tiene 84 años y es la esposa del protagonista de esta película, el actor Woody Grant (Bruce Dern). Kate actúa con su espontaneidad y rudeza, pero con una terrible capacidad práctica y un sentido común que temen los habitantes del pueblo que están dispuestos a beneficiarse de la posible fortuna de Bruce.
Solamente dos personales, padre e hijo, ocupan el mayor contenido fílmico, y un paisaje, que el director sabe modelar. Todo respira sencillez y una larga y profunda mirada hacia la vejez y también a las carreteras americanas. Pues padre e hijo recorrerán estas carreteras del medio oeste americano hacia Nebraska, haciendo una parada en el pueblo en el habían vivido tiempo.
Un camino interior
En ese viaje padre hijo van redescubriendo dimensiones importantes de la vida, en los que el blanco y negro y una acertada escala de tonos grises enmarcan certeramente lo afectivo y lo efectivo del vivir, donde cuenta que aquí solo estamos caminando y de paso. Por otra parte, no hay que descartar que el anciano no sepa en su fuero interno que se trata de una estafa, pero que él necesita creérsela, para salir de sí mismo y, paradójicamente, para entrar también en él. Padre e hijo pueden compararse con las figuras de Don Quijote y de Sancho; y el buen Bruce también nos recuerda a Alvin Straigh, el protagonista de “Una historia verdadera”.
En ese film la trama se desarrolla en la década de los noventa. Alvin Straigh, un anciano de 73 años, vive en Laurens (Iowa), con una hija suya, Rose, muy buena pero que oculta un doloroso pasado tras un problema de lenguaje y una apariencia fronteriza. Rose ha perdido la custodia de sus hijos tras un incendio doméstico. Una caída, con ruptura de cadera, y otros males propios de la vejez, retienen a Alvin en casa, haciendo una vida más o menos rutinaria. Tiene un hermano, Lylle, que vive en Wisconsin, con el que no se habla desde hace diez años. Recibe la noticia de que está enfermo, y decide visitarle y hacer las paces antes de que sea demasiado tarde. Como no tiene dinero, ni tampoco le permiten tener carnet de conducir se anima a realizar el trayecto en un pequeño tractor cortacésped. Así recorrerá 560 km., a una velocidad de 10 Km./hora. La película es la realización de este recorrido, en el que Alvin va adentrándose en diferentes paisajes naturales y humanos, reconociendo lugares y personas, descubriendo otros, solucionando pequeños problemas, y arreglándoselas para solucionar los diversos y pequeños imprevistos de su tractos y de su salud física. Llegará a ver a su hermano y, sin necesidad de explicaciones, el uno junto al otro, en la terraza de la casa ponen punto final a esta película. Nos quedará la luz y la sensibilidad de una trama, de una historia verdadera.
En ambos casos, Bruce y Alvin nos enseñan que el camino recorrido es también un camino interior que todos recorremos en la vida, con metas definidas y posibles, con puertas que se abren y otras que se cierran.
Menos es más
Volvamos a “Nebraska”; se puede intuir que hay no solo un viaje hacia el futuro, sino que se complementa con otro hacia el pasado, y, entre ambos, se da el descubrimiento del hijo por el padre y del padre por el hijo… Todo transcurre en una atmósfera profunda que rezuma sana melancolía, a veces algo patética, otras llenas de buen humor. El viaje al pasado, aunque ya sepultado, subyace en el trasfondo del relato; así hay imágenes muy bellas que suponen también la historia de Estados Unidos, como una especie de paisaje místico entre las carreteras y las personas que las recorren.
El ritmo tiene una cadencia adecuada: tiempo, paisaje, ánimos crean una complementariedad, que se manifiestan en silencios, lentitud, cierto pudor gestual y parquedad de palabras. Como se ha dicho para ocasiones similares “menos es más”. Mucha hondura hay en esta película sobria y sencilla; tan auténtica. Solo un gran cineasta es capaz de contar esta historias y sacarle tanto resplandor con una naturalidad envidiable. No hay magia, ni melodrama en el sentido peyorativo, hay un sentido dramático formidable y una mirada compasiva sobre la grandeza de la persona humana.
Y nos sirve de punto final otra de las reflexiones realizadas por Miguel Ángel Millán: “Payne no es un autor que caiga el sentimentalismo ñoño, sino más bien utiliza el cinismo como recurso expresivo donde manifiesta el absurdo de los avatares existenciales conjugando al mismo tiempo la comedia con el drama. El cine de Payne es humano porque sus personajes no son superhéroes dotados de inmortalidad y perfección. Mas bien, se anuncian como seres humanos agotados, cansados del bullicio del día a día…”.
En resumen, opino que si Capra o Ford vivieran ahora, podrían haber hecho esta película.
Gloria María Tomás y Garrido