En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.
También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada» (San Juan 16, 20-23a).
COMENTARIO
Hay una tristeza de este mundo, que permanece, y que es imposible ocultar por mucho maquillaje y falsa alegría que se intente mostrar. En el mundo hay alegrías pasajeras y superficiales. Alegrías que a veces esconden una tristeza profunda y oculta en lo más profundo del corazón. Una tristeza profunda que conduce a la desesperación, a la depresión, a la acedia y a vivir esclavos del miedo, sin ni siquiera ver a los que nos rodean.
Pero la tristeza de la que habla Jesús a sus discípulos “se convertirá en alegría”. ¿Cómo es posible? Jesús promete a sus discípulos: “se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría”. ¿Qué alegría es esta que nadie podrá quitar a los discípulos de Jesús?
Un poco antes, en Juan 15, 11, Jesús ha dicho a sus discípulos: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”. Su alegría. Este es el punto. Igual que hay una alegría del mundo, hay una alegría de Jesús. Y Jesús quiere darnos “su alegría “. Y nos la da gratis. Nos da el Espíritu Santo, y con él nos da su alegría. De ahí el dicho popular: “un santo triste, es un triste santo”. Y como decía el poeta francés León Bloy: “sólo hay una tristeza en el mundo, y es la de no ser santo”. Esta es la alegría del Espíritu Santo. Esta es la verdadera alegría que permanece para siempre y que nada ni nadie nos puede arrebatar.
Pero al igual que hay una alegría santa, propia de los santos, también hay una tristeza santa, propia de los discípulos de Cristo: “bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. ¿Cómo es posible que los que lloran sean felices y bienaventurados? ¿A qué llanto se refiere Jesús? Al llanto por los propios pecados y por los pecados del mundo. Al llanto de los santos. Al don de lágrimas. ¿Y cómo serán consolados los santos que lloran? Con el consuelo del mismo Jesucristo, con el don del Espíritu Santo. Porque al llanto de los santos por sus propios pecados, corresponde la alegría del Espíritu Santo. La alegría más grande que todo el universo: la alegría de sentirse amado por Dios sin condición alguna, sin límite, totalmente, hasta el punto de que el mismo Jesucristo ha dado su vida por ti y por mí, por tus pecados y por los míos. Esa alegría no cabe en todo el universo, es la mayor alegría y nada ni nadie nos la podrá arrebatar.