«En aquel tiempo fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: “¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso? Y aquello les resultaba escandaloso. Jesús les dijo: “Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta”. Y no hizo allí muchos milagros porque les faltaba fe». (Mt 13,54-58)
Juan Antonio Tuñón
Nadie es profeta en su tierra. Jesús fue rechazado en su propia tierra cuando se acercaba a predicar. Al ver la gente a aquel que era el hijo del carpintero, el hijo del pecado para muchos y del escándalo, fue ignorado.
El juicio y la envidia nos hace que al que tenemos más cerca, es precisamente al que rechazamos y envidiamos. A veces el hombre, por su pecado fundamentalmente de envidia, prefiere ver triunfar a alguien desconocido que a los de su propia casa. No soportamos que nos haga sombra el pariente, el amigo, el vecino…
¿Cómo es posible que este cercano sea más que yo? Se pone claramente de manifiesto la proximidad de los tiempos de Jesús con los nuestros, la cercanía de aquel pueblo con el actual.
Esta lectura es una invitación a la humildad, a ver que el otro puede ser más que yo, que el otro me puede aconsejar, que puede tener más valores, más dinero, más…
En la vida siempre habrá un vecino o un familiar que tenga algo que nosotros no tenemos y deseamos; este evangelio es una invitación a alegrarse con las alegrías del otro, porque al igual que algunos tienen más en algunos aspectos, también pueden tener menos en otros, y eso mismo puede ocurrirnos a nosotros.
Por eso hemos de ser humildes y dar gracias a Dios por los dones y los bienes que nos da y por los que no. Porque la vida de por sí ya es el mayor Don y esa, todo el que lee y escribe esto la dispone por igual.