En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:
«Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones» (San Lucas 12, 1-7).
COMENTARIO
“En esto, habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, se puso a decir primero a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que vaya a saberse.”
No es la primera vez que Jesús habla de la levadura. Es un elemento común para aquella gente que tenía que elaborar el pan que comían. La levadura levanta, fermenta, la masa de harina. La infiltra completamente. Lo que es nuevo es que diga que la levadura de los fariseos es la hipocresía.
Hay grados de hipocresía, es decir de ocultamiento de los propios pensamientos e intenciones. En uno u otro grado está presente en toda vida humana. Quizá por eso Jesús nos previene.
¿Por qué se la atribuye especialmente a los fariseos? Los fariseos eran los judíos más puros, cumplidores, en gran parte modélicos en la sociedad del tiempo de Jesús. No hay que olvidar que sus antepasados, los “assidim” en tiempos de los Macabeos, habían salvado la fe de Israel de desaparecer bajo una espesa capa de modernidad, de lo que se llevaba, el helenismo de los sucesores de Alejandro Magno.
La hipocresía es la gran amenaza de los puros, de los modélicos, los cumplidores.
El fariseo que pretende ser puro, cumplidor, sin tacha, está avocado a una lucha sin cuartel con la mediocridad, con la debilidad, que en el fondo resulta agotadora. Porque ha de mantener la imagen, dar la talla. Y para ello necesita disimular, dar una apariencia. No puede mostrarse débil, incoherente, imperfecto. Le va en ello el ser o no ser.
En el fondo el fariseo cree que ha de salvarse a sí mismo. Es su buena conducta lo que le salva. En últimas Dios debe estarle agradecido por lo bueno que es, está obligado a quererle ya que se lo merece.
Ahora, bien eso es lo que no soporta Jesús. Su Papá es puro don, puro amor, no tiene deudas con nadie. Al contrario, todos estamos en deuda con él, la deuda del agradecimiento. La Eucaristía.
¿Qué viene a hacer aquí el miedo?
La hipocresía arranca del miedo a que se sepa la verdad, la realidad de nuestra debilidad, de nuestra incapacidad de cumplir. En el fondo lo sabemos pero no podemos admitirlo so pena que nuestra seguridad se venga abajo.
Por eso Jesús habla inmediatamente del miedo.
“Por eso os digo a vosotros, amigos míos: “No temáis a lo que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más”.
Si todo se ha de saber, si al fin todo se va a descubrir, no temas que las cosas se sepan. La hipocresía resulta inútil. Nuestras trampas se descubrirán. Que nos conozcan débiles, frágiles, con fallas… démoslo por descontado y ahorraremos muchas energías…
Viviremos sin sobresaltos, descansados, transparentes, sin mucho que ocultar.
Viviremos con temor pero sin miedo. Con temor a quien puede arrojarnos a la gehenna, pero sin miedo a quien sólo puede matar el cuerpo y nada más.
Vivir así es lo que Jesucristo nos ha traído, así vivía el en la tierra y así nos posibilita él vivir mediante la fe.