En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener» (San Lucas 8, 16-18).
COMENTARIO
Todo lo que sacia el ansia de plenitud del hombre espiritual, lo que le proporciona una profunda alegría y libertad sólo puede provenir de Dios, que dota al ser humano de una naturaleza nueva e inmortal. La vida sin Dios se reduce a una mera existencia. Todas estas gracias y muchas más que adornan a las principales llevan en sí mismas una necesidad de expandirse, como la belleza del Universo que está en continua expansión. Por esto dice el Señor en el evangelio de hoy que nadie enciende un candil para meterlo debajo de la cama.
Si la luz de Dios que el cristiano recibe en su corazón se queda en un armario para uso y disfrute de uno mismo terminará por apagarse, porque la alegría de la conversión se retroalimenta al compartirla. Dios quiere la salvación de todos y a ti te ilumina para que colabores en su designio. No puedes querer disfrutar de tu riqueza mientras tus hijos y hermanos se mantienen en la pobreza.
Y esta misión de ser reflejo en los demás de la luz de Cristo conlleva intrínsecamente entusiasmo y gozo. También una dosis de orgullo bien entendido porque Dios cuenta contigo como colaborador directo. Esto es algo que nos desborda por los cuatro costados pero que brota por sí sólo si nos abandonamos al Señor. Él puede y quiere hacer en nosotros maravillas que ni siquiera imaginamos.
Lo paradójico de todo esto es que en realidad Dios no necesita de nosotros en su acción de salvación. Somos nosotros los que necesitamos reflejar su luz para que ésta no se apague en uno mismo. El Señor dispone de infinitos recursos para dar a conocer la Verdad pero si aceptamos participar en su empresa obtendremos un doble beneficio en favor de los demás.
Hoy una gran parte de la humanidad está caminando a ciegas, tropezando continuamente con obstáculos de los que ignora su naturaleza. La crónica diaria de sucesos es fruto de este desconocimiento. Sólo se dan palos de ciegos. Es como si en una inundación sólo se buscará achicar el agua.
Al despreciarse la sabiduría de Dios y su revelación, el hombre pretende sofocar los males que le aquejan con remedios exclusivamente mundanos, escasos de inteligencia y sobrados de autosuficiencia. Adán y Eva también quisieron ser como Dios. El demonio a veces sólo se preocupa por mantener el incendio que él mismo ha provocado.
El Señor ya ha manifestado de mil maneras lo que sí es bueno y lo que no, lo que da la vida y lo que la quita. Pero el hombre contemporáneo se ha revelado contra su Palabra y dicta por sí mismo sentencias de corrección, autoimponiéndose una dictadura del pensamiento. Al que defiende la vida y toda una serie de valores tradicionales y consolidados en el tiempo, se le arrincona y se le margina, o se le persigue. Las nuevas verdades están diseñadas para destruir al hombre y crear otro ser de naturaleza indeterminada.
Pero esta realidad no nos debe desanimar o amedrentar. Si portamos la luz de Dios debemos y podemos reflejarla allí donde nos encontremos. Los agentes de iniquidad y los que han caído en sus redes tratarán de apagar nuestro candil por todos los medios, pero la luz divina no se puede sofocar, siempre se reaviva y nos acompañará mientras tengamos vida. Si perseveramos, hermanos, nada ni nadie podrá robarnos el amor de Dios y su designio de salvación. El demonio es más fuerte e inteligente que nosotros pero Dios lo ha vencido.
La Verdad revelada en la Sagrada Escritura debe tener siempre el lugar más importante en nuestro corazón y con ella librar el buen combate de la fe.
No debemos olvidar que el día del Juicio el Señor nos va a preguntar acerca de lo que hemos hecho con nuestra vida, con la vida que Él nos ha dado. Veremos si nos hemos dedicado a vivir para nosotros mismos y guardado la Verdad en algún cajón en vez de salir con ella a la calle o si nos hemos fabricado un montón de falsos dioses. La Justicia y la Misericordia de Dios indisolublemente unidas decidirán nuestro destino final. No se lo pongamos “difícil”.
La mentira del demonio nos presenta una serie de “bienes” como dadores de felicidad, pero la auténtica verdad es que compartiendo con los demás al mismo Dios seremos auténticamente felices en nuestro peregrinar y podremos presentarnos ante el Señor con un gran equipaje de buenas obras.
¡Ánimo! Dios está con nosotros.