«En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando: “Ten compasión de nosotros, hijo de David”. Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: “¿Creéis que puedo hacerlo?”. Contestaron: “Sí, Señor”. Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Que os suceda conforme a vuestra fe”. Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: “¡Cuidado con que lo sepa alguien!”. Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca». (Mt 9,27-31)
A los dos ciegos del Evangelio de hoy se les abrieron los ojos al escuchar las palabras de Jesús. Ellos sabían, antes que nada, que eran ciegos; no lo podían ocultar. ¿Nosotros estamos ciegos? O mejor dicho, ¿sabemos que estamos ciegos? Si no nos reconocemos como ciegos ante nuestra vida, nuestra historia, ante los acontecimientos de cada día, ante el sufrimiento del hermano que tenemos justo a nuestro lado, ¿cómo va a curar Jesús nuestra ceguera?
Además de saberse ciegos, los dos ciegos del Evangelio creían que Jesús los podía curar. Creen que Jesús tiene poder para curar su ceguera. También hoy a nosotros, nos dice Jesús: “¿Creéis que puedo hacerlo?”. Y solo nos caben dos respuestas: sí o no. Ante esta pregunta tan directa de Jesús no valen medias tintas: es posible, puede ser, quizás, en otro momento, me gustaría, etc. Solo cabe responder: sí o no.
Muchos acontecimientos de nuestra vida son palabras del Señor para que podamos reconocer nuestra ceguera. Casi siempre nosotros nos negamos a reconocerla. No escuchamos. No vemos ni siquiera que estamos ciegos. A veces, incluso le pedimos al Señor que nos solucione la vida, que nos arregle los problemas, que nos cambie la historia, que nos quite la cruz. Y confundidos, decimos que creemos que el Señor puede hacer el milagro que a nosotros nos interesa, como si la fe fuera un negocio o una casa de apuestas, donde si más juegas, si más rezas, más te puede tocar la lotería.
Mas Jesús viene en nuestra ayuda, como a los dos ciegos. Nos habla y nos pregunta. Y solo es posible una respuesta al escuchar su Palabra: hágase tu voluntad. Como María. Sí creo, no sé ni entiendo, pero sé que tú lo puedes todo. Hágase.
Javier Alba