«Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces si Dios no está con él». Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Ustedes tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu»». (Jn 3, 1-8)
Jesús acepta una visita a deshora, de noche, porque para Él la noche es tiempo de salvación, algo que la celebración de la Solemne Vigilia Pascual ha proclamado recientemente. El diálogo no puede ser más elocuente. Nicodemo, judío piadoso y maestro de judíos piadosos, fariseo, secta de la que se dice descienden los actuales judíos piadosos, reconoce abiertamente que Jesucristo viene de Dios, y lo llama maestro, eso sí, a solas con Cristo y de noche, sin testigos incómodos.
A diferencia de otros correligionarios, considera que los signos, muchos de ellos milagros, dan fe de la acción de Dios en Él, y no del poder de Satanás, como en alguna ocasión le llegan a decir. Pero se advierte una distancia entre esta declaración y la de Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16b). Pedro, siendo un simple pescador, resulta ser más listo que los maestros de la época, como Nicodemo. No sabemos si Jesús interrumpió el discurso de Nicodemo, pero lo que le espetó no fue entendido por este. Lo que contestó Nicodemo al nacer de nuevo de Cristo manifestaba bien a las claras que Nicodemo estaba en la carne, que solo veía un poquito más allá de las narices de un fariseo, que aunque grandes, no llegaban a relacionar de manera inequívoca a Jesús con el Reino de los Cielos, algo que Benedicto XVI dice que significa la prevalencia de lo celeste sobre lo terrestre, la prevalencia del espíritu sobre la carne.
Nicodemo sabe, pero no del todo. Conoce, pero no en plenitud. Algo hay que vela su entendimiento: la piedad judía, igual que la ciencia, es limitada. Jesús habla de otro nacer de nuevo, no carnal sino espiritual. El nacer que Él inaugura para todo hombre con su Resurrección, el nacer que solo Él puede obrar en Nicodemo, ese nacer que obra siempre sin obligar, sin imponer, en todo aquel que lo quiere. El nacer para el cual necesita nuestro permiso, porque supone una transformación que solo se obra queriendo renunciar a lo que en el mundo es vida. Agua y Espíritu actúan en el Bautismo, han actuado en la pila bautismal esta Pascua 2012 para quienes han sido bautizados, y en los corazones de quienes hemos participado en los bautismos.
No basta para salvarse, para ser plenamente feliz y consciente de quién es Jesucristo, pertenecer al pueblo de Israel según la carne, por muy piadoso y maestro que seas. Ni siquiera basta ser bautizado sin más, ya que ese nacer de lo alto está sujeto a un hoy. El nacido del Espíritu es señal de contradicción para el nacido de la carne: este no acaba de comprender la motivación última de sus actos. Nicodemo está ante el nacido del Espíritu por antonomasia, y verdaderamente manifiesta no saber de dónde viene Cristo, ni a dónde va. Y Cristo le deja claro que hasta que Él no se lo revele, no acabará de conocerlo a ciencia cierta.
A mí hoy me es posible creer en Jesús porque es Él mismo quien sostiene esta certeza en mi corazón, y lo hace porque me ama y tiene poder para ello: solo el Hijo de Dios vivo puede mantenerme creyente en mi sequedad espiritual, sostenerme en su Iglesia en ausencia absoluta de sentimentalismo alguno, afianzarme en el Reino de los Cielos en medio de la carnalidad que experimento todos los días a causa de mis pecados. ¡Ojo con creerme que lo sé todo, que ser cristiano no es más que ser piadoso a la católica, o lo que es peor, pensar que basta con ser buena gente, majete…!
¡Bendito seas, oh Cristo, Hijo de Dios vivo, que quieres que te conozca, porque tú Señor me amas, y no rehúsas hablarme en la noche de mi desamor! ¡Soy un Nicodemo en la tierra: igual que él sabe que no puede entrar en el seno de su madre y volver a nacer, yo sé que en mis fuerzas no naceré del agua y del Espíritu!
¡Oh Cristo, dame esa nueva naturaleza que has ganado para mí entregándote por mí! ¡Tú, el inmortal, el resucitado, mi maestro, mi amor!
Alfonso V. Carrascosa