En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (San Mateo 5, 43-48).
COMENTARIO
Este Evangelio forma parte de Sermón del Monte. Jesús, nuevo Moisés, proclama sobre el Monte los fundamentos de la Alianza de Dios con los que crean en su Hijo Jesucristo.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Esto es algo que no es necesario que se nos diga. Lo llevamos en el ADN, al menos lo segundo: odiar al enemigo. A quien nos odia, a quien nos hace mal, lo lógico es responderle con el mismo tono. Odio por odio.
“Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre Celestial”.
Así, pues, no se trata de lógica humana, se trata de algo inaudito, nunca antes oído, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial.
Para ser hijos del Padre Celestial se necesita una nueva generación, nacer de nuevo con una naturaleza nueva. Todo hijo tiene la naturaleza del padre. Todo ser humano es hijo de Adán y Eva.
Pero los bautizados reciben una naturaleza nueva. Una participación en la naturaleza de nuestro Señor Jesucristo, muy disminuida y un poco aguada, pero autentica, real. Y a una naturaleza nueva corresponde una conducta nueva, inédita, original. Ser hijos del Padre Celestial implica una conducta acorde con esa relación. Esa conducta se llama “santidad”.
¿Y a qué se parece esa santidad?
“Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.
Efectivamente, eso es santidad. Sólo el santo es capaz de hacer eso. Nosotros que somos justicieros y no justos ¿qué solemos hacer, o al menos pensar?
Al que blasfema, cortémosle la lengua para que no blasfeme más.
Al que viola, cortémosle el pito para que no viole más.
Al que roba, cortémosle la mano para que no robe más.
¿Podemos imaginar un mundo en que se aplicara drásticamente esta norma?
Cuántos iríamos por el mundo sin lengua, sin manos, con menos de medio cerebro…
Por eso: “amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos”.
Está claro que para eso se necesita ser realmente Hijos del Padre Celestial. Y para ello hay que “nacer de lo alto”. En realidad sólo Uno ha nacido de lo alto y es perfecto como el Padre Celestial es perfecto.