En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu». Nicodemo le preguntó: – «¿Cómo puede suceder eso?» Le contestó Jesús: – «¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad re digo; hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hable de las coas celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna». (Jn. 3, 5a. 7b – 15)
No soy mucho de ver la Tv, pero cuando me pongo a escribir en el ordenador, suelo dejarla como “ruido de fondo” al que no pongo atención, pero que, de cuando en cuando deja caer un “flash”, que hace cambiar mi punto de atención del teclado a la pantalla. Es lo que me ha ocurrido hoy cuando estaba dando vueltas a la cabeza de cómo enfocar el comentario al Evangelio de hoy, de modo que las pocas líneas escritas han sido abortadas, que no interrumpidas, y lo que salga a partir de ahora habrá de “nacer de nuevo”.
Y es que, probablemente me habría embarullado en profundísimas y altísimas reflexiones pascuales muy espirituales que, como el viento, no se sabe ni de dónde viene ni a dónde va. Así que, dejemos para luego las cosas “celestiales” y empecemos por las cosas terrenas, pues si en éstas no nos enteramos…
¿Y qué es lo que ha provocado el cambio? Pues, aunque parezca una tontería, ha sido algo tan terrenal como un spot publicitario que se repite a menudo sobre una famosa marca de preservativos. Hasta aquí lo normal en casi todas las cadenas. Pero lo que me ha hecho saltar el “chip” es el mensaje más o menos subliminal que deja al final, presentándose la empresa, no como una máquina comercial de ganar dinero, sino como una manera de contribuir, casi altruistamente, a las campañas oficiales de contracepción. Filantropía pura.
Es triste, pero es cierto. La mentalidad antinatalista está ganando la batalla. Y lo que comenzó con el entonces polémico “póntelo, pónselo”, bajo el argumento, no siempre cierto, de salud pública; ha acabado imponiéndose como verdad incuestionable, progreso social y derecho individual. (Sofismas y eufemismos para legitimar lo que en la mayoría de las veces no es más que puro individualismo egoísta)
El mayor problema de Europa no es el terrorismo, que también; es el demográfico. Y lo peor es que exporta las políticas antinatalistas bajo el “paraguas” de ayuda humanitaria condicionada al control de la natalidad, a otras zonas del planeta, cuando lo que se esconde en realidad es “el control migratorio”. Recuerdo el testimonio de un médico, misionero en un país africano, cuando decía que había tenido que hacer una operación a corazón abierto protegiéndose los dedos con preservativos porque no había presupuesto para guantes de látex, sin embargo había cajas de condones a raudales.
Y las pocas voces proféticas que se alzan son silenciadas bajo la “maldición de Casandra” que grita a los cuatro vientos que el “caballo de Troya” está preñado de enemigos y nadie hace caso. Recuerdo con tristeza, recién fallecido S. Juan Pablo II, la portada del semanario satírico “El Jueves” en la que aparecían a recibirle en el “más allá” las almas de los fallecidos por el SIDA, culpándole de su muerte. Sin comentarios. Menos mal que no eran caricaturas de Mahoma.
¿Cómo entendería, o mejor, no entendería Nicodemo el asunto de “nacer de nuevo”? Para la mentalidad hebrea el hecho de la gestación era un milagro, una obra maestra de Dios: “Tú has formado mis entrañas, me has tejido en el vientre de mi madre. Te doy gracias por tantas maravillas. Prodigio soy; prodigios son tus obras.” (Sal. 139, 13-14). Hoy, por desgracia, el hecho de nacer también se está convirtiendo en un milagro; pero por motivos bien distintos. Por eso se hace más necesario que nunca “nacer de nuevo”.
Nacer supone previamente un acto de amor. Un acto de amor generoso, oblativo. Son múltiples los textos bíblicos en los que Dios se dirige a su pueblo en términos esponsales. El término Alianza tiene carácter conyugal. “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo”. (Cf. Flp. 2, 6-11). Amar es descender. Por eso Jesús habla a Nicodemo de lo que sabe, de lo que ha visto. “Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto” (Lc. 1, 78). Jesucristo ha visto el Amor del Padre y… como el Padre lo ha amado así nos ha amado él. “Gran misterio es este, pero yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia” afirmará San Pablo al hablar del Matrimonio. (Cf. Ef. 5, 32).
Malo sería que esta corriente “antinatalidad” hubiese contagiado también a la Iglesia, e incluso que se pongan similares métodos anticonceptivos para evitar “embarazos de lo alto no deseados”. De modo que podemos utilizar métodos de barrera, eso sí, para evitar enfermedades que “por la caridad entra la peste”. Y así volvernos impermeables. Con un alto grado de sensibilidad, pero que no se cuele ni la más minúscula partícula. Profilaxis de fronteras y solidaridad de salón. ¿Hace falta recordar el capítulo 25 de Mateo?
También están los métodos químicos y hormonales. Destruir en el propio interior la semilla de lo que podría ser un “hombre nuevo”. Destruir en el propio interior aquello que lleve a acoger y apreciar la vida como un valor absoluto en todas sus etapas. En nombre de una sociedad del bienestar que, como denuncia el Papa Francisco, va dejando atrás a los “descartados”.
O los métodos quirúrgicos. Cortar por lo sano. Ligadura de trompas; también las de eustaquio, mejor todos sordos. Que desaparezcan de los sitios públicos cualquier signo, emblema o mensaje que recuerde que no hay amor más grande que el que da la vida por los demás. Y hagamos de la piedad lo que se hace con la sexualidad: algo reducido al mero sentimentalismo intimista de lo placentero. Mola más la “new age”.
Incluso los “métodos naturales”; los preferidos por los hipócritas, que cumplen con la ley, pero la mentalidad es la misma: Ahora no nos conviene, no es tiempo oportuno. Mejor quietecitos que luego vienen los problemas. Pecado de omisión. Y lo que era el momento óptimo para “nacer de nuevo”, pasó de largo, como pasó de largo el sacerdote ante el samaritano.
Año de la Misericordia: Dos palabras en hebreo que hacen referencia al rostro femenino de Dios: “Hesed”, inclinarse con ternura hacia el débil. Como la madre que protege a su hijo. Palabra que connota una fidelidad exquisita impregnada de amor. Y también “Rahanim”: El seno materno, el útero, el lugar donde la vida es concebida, acogida, protegida y alimentada para que pueda, posteriormente, crecer, desarrollarse y salir a la luz.
Nacer de nuevo es ser misericordiosos como el Padre. Un corazón que late a la sístole del “hesed” y a la diástole del “rahamim”. Un corazón que no se cansa de un pueblo de dura cerviz, que murmura en el desierto. Que las serpientes venenosas de la murmuración podían haber acabado con ellos. Pero no, Moisés elevó la serpiente en el desierto y la gestación del Pueblo de Dios no acabó en aborto.
El Hijo del hombre, clavado en la Cruz, es la expresión mayor del Amor sobre la tierra. Y este Amor es más fuerte que la muerte. La Cruz Gloriosa de Cristo Resucitado es el cordón umbilical que nos une a las Entrañas de Misericordia del Padre: El útero del Dios Madre, donde se nace de nuevo, para la vida eterna.
Feliz Pascua de Resurrección