«En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu”. Nicodemo le preguntó: “¿Cómo puede suceder eso?”. Le contestó Jesús: “Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”». (Jn 3, 5a. 7b-l 5)
“Tenéis que nacer de nuevo” son palabras del mismo Jesucristo dirigidas a la Humanidad, al hombre de cualquier época, lugar o condición social. Es manifiesto que, actualmente, la gran mayoría de la sociedad ha sido absorbida por la que denominamos “cultura de la muerte”. Bien es cierto que esta se halla disfrazada con términos eufemísticos como: “salud reproductiva” y “muerte digna”. Todo esto es consecuencia directa de la ruptura de los lazos que nos unen con Dios, quedando la vida humana a la deriva, sin referencia ni sentido, en la más absoluta y desoladora soledad.
El hombre vive como forjador único de su propio destino y la muerte aparece como una última y definitiva etapa. Por pocas inquietudes que una persona tenga, este panorama lastra tremendamente la existencia, quedando esta mortalmente herida. La sed de trascendencia y eternidad que aparecen selladas en la naturaleza humana, no encuentra ninguna fuente en la que saciarse. La vida puede convertirse en un infierno y el hombre en el peor enemigo de sí mismo, encontrándose obligado a una defensa a ultranza de su propio “yo”, en perjuicio del “otro”.
De esta forma se convierten en lícitos el aborto y la eutanasia, se vulnera la dignidad humana y el dinero, con sus añadidos, se coloca por encima de las personas y la familia. La producción, el rendimiento y el consumo se constituyen en dioses a los que hay que rendir culto y ofrecer victimas diariamente. Muchas familias son condenadas a la pobreza y numerosas personas son sometidas a un trabajo indigno que afecta gravemente a su vida personal y familiar. Son daños “colaterales” en la batalla para obtener determinadas cifras macroeconómicas. El hombre solo es un eslabón al servicio de la Economía.
Jesucristo quiere liberarnos de esta maquinaria infernal y llevarnos a la libertad de los hijos de Dios. Él, con su vida, muerte y resurrección nos ha mostrado el camino que conduce a la vida eterna. Es urgente y necesario nacer de nuevo, renovarse en el Bautismo del que dimanan todas las gracias que el hombre necesita para encontrarse con Dios y gozar de todos los beneficios de su amor. Del Bautismo brotan la fe y la vida eterna. Y esta es la verdad que se encuentra implícita en este evangelio.
Jesús se dirige hoy, a través de su Palabra, a todas las víctimas del pecado, a los que a causa de él se encuentran envejecidos. Se dirige a una generación, a una sociedad que ha escogido el camino de la muerte. El amor de Dios nos urge, en medio de este caos, a nacer de nuevo, para que el ser humano pueda darse cuenta de que el mal que padece es consecuencia de haber roto el cordón umbilical con Él. nPero para que se pueda llegar a esta conversión es imprescindible primero romper con lo viejo, con toda esa serie de esclavitudes con las que el demonio ejerce su dominio.
No se puede experimentar ninguna regeneración navegando entre dos aguas, es indispensable tomar la firme decisión de destruir todos los obstáculos que nos impiden alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Para que el hombre viejo muera y nazca otro nuevo es necesario renovar las promesas y las renuncias bautismales. No desaparecerán de la vida el sufrimiento y la cruz, ya que son instrumentos de salvación, pero si estarán acompañados de una serie de gracias que nos llevarán a la libertad, la paz y el descanso. Como heredero y depositario de vida eterna, el hombre comprobará que “el yugo es suave y la carga ligera”.
Esta es la puerta que el Señor nos abre hoy. Por muy negro que aparezca el panorama, por muchos nubarrones que nublen nuestro día a día, siempre podremos acogernos a esta Palabra. Nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios. Como ya ha dicho nuestro Papa Francisco no podemos dejar que el demonio cubra nuestra vida con el desaliento o el pesimismo. El maligno pretende, con esta trampa, robarnos el cielo. El Señor ya ha conseguido, con su muerte y resurrección, la victoria para todos nosotros; solo en nuestra libertad podemos apuntarnos al bando perdedor. Para que esto no suceda el Señor nos da las armas de la luz. Recordemos siempre que, hasta el último aliento de vida que nos quede, podemos nacer de nuevo.
Hermenegildo Sevilla