En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: -«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: -«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros» (San Marcos 10, 28-31).
COMENTARIO
El contexto es de réplica. Pedro, si leemos unas líneas más arriba, ha escuchado de Jesús lo difícil que es entrar en el reino de los cielos “teniendo riquezas”. Y, desde luego estaba entre los que pasmados osaron decir eso de “Pues, ¿quién se podrá salvar?, recibiendo seriamente, “mirándolos fijamente” la respuesta; “…todo es posible para Dios” (Mc 10 27).
De modo que la perorata de Pedro -que se puso a decirle, a reivindicarse al Maestro – es la respuesta humana, la inherente a la desconfianza frente a Dios. Que su invocación no iba con ellos, que ellos lo habían dejado todo, que por tanto no tenían riquezas, y que, en consecuencia, podrían/deberían salvarse, por lo que “en su caso” no necesitaban que Dios hiciera posible lo que ha calificado de “muy difícil”.
Jesús, manso y humilde, no reprende a Pedro, que ha insinuado la innecesariedad de Dios en atención a los méritos ya contraídos por sus seguidores y evidenciados; “Ya lo ves..”Antes bien valoriza sus “desasimientos”; no deja de apreciar las “renuncias” mas duras, las que desarraigan a las personas y truncan su tenor de vida. Todo ello no queda sin recompensa. Es más; el premio es desmesurado, en proporción de cien por uno. La generosidad del que brotan esos bienes o recompensas es ingente. Pero hay dos advertencias muy precisas, que atajan el camino a los “interesados”. La primera es diáfana; “con persecuciones” el disfrute de las casas, hermanos, etc. estará amalgamado con “persecuciones”. La segunda es la intencionalidad. La renuncia nunca puede haber sido huyendo de nada sino por la búsqueda de algo muy preciso. Jesús lo dice con toda claridad: “Por mí y por el Evangelio”. No por ninguna otra causa, por noble que sea, u otra motivación, por muy explicable que sea, u otras ideas, por muy razonables que sean. Ambas puntualizaciones se aclaran y retroalimentan, persecución y Evangelio. Jesús funde en “Mi” misión y la buena noticia de la salvación “eterna”.
De modo que es estúpido seguirlo a Él por la recompensa; porque si no es por la Fe en Él no habrá tal ciento por uno, y porque ahí estará (“Ya lo ves”) las persecuciones para depurar los espíritus y las intenciones. La recompensa auténtica es aún más grande; “en el tiempo venidero, vida eterna”. No se trata de ganancia, sino – de lo que te preocupa, Pedro – de alcanzar la vida eterna.
Es en la perspectiva de la vida eterna, que todo cuadra. La sobreabundancia como premio de lo renunciado, la persecución, lo dejado, … todo es efímero, pasa pronto. Lo que importa es la vida eterna. Y desde ahí se atisba a intuir la gran paradoja de los primeros y los últimos; muchos primeros, en el tiempo, en la jerarquía, en la renuncia, en pobreza o en riquezas, en el seguimiento, etc. muchos se verán adelantados por últimos en todos esos parámetros. A fin de cuentas todos esos bienes “temporales” tienen caducidad y apenas si prestan algo de sabor de lo que ni imagináis que es la vida divina. Ni la centuplicación hace justicia a la calidad de lo que el mismo Padre os va a regalar. No miréis hacia atrás. La recompensa es Dios mismo. ¡Creedme! ¡Creed en Mi!
Hay un matiz revelador, una pista adicional; el pasaje no es simétrico a la hora de enumerar los bienes dejados y multiplicables por cien. La palabra “padre” se pierde. Está claro “Uno sólo es vuestro Padre”. No puede multiplicarse la paternidad del Único. Jesús no se contradice. Aplica toda su autoridad cuando afirma “os aseguro; nadie que haya dejado…” La recompensa es indubitable. Pero lo que está en juego, finalmente, es aceptar la paternidad divina. Uno sólo es vuestro Padre y esa es vuestra recompensa, la vida gozosa, con El, eternamente, en el tiempo futuro. Nada se puede comparar a lo que os espera, no miréis hacia atrás; lo que habéis renunciado lo recobrareis centuplicado, pero, sobre todo, y como verificación de que lo hicisteis por Mi y por el Evangelio, la salvación, la vida eterna, a mi todopoderoso ( “todo es posible para Dios”) y mismo Padre, con el que soy Uno. La verdadera y única riqueza, pasando por las renuncias y las persecuciones, es ir al Padre. Es lo que Jesús dijo e hizo, y lo que desea, esa es su alegría colmada; que participemos de su vida dichosa, en la fusión eterna y del amor inconmensurable intratrinitario.