«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará”». (Juan 12, 24-26)
Otra vez el Jesús críptico y misterioso que nos quiere revelar las verdades ocultas del Reino, aquello que es contradictorio para el hombre, lo que lo escandaliza, lo que perturba a las mentes ecuánimes que nos gobiernan, y que nos imponen como reglas seguras de conducta lo que es “razonable”, lo “lógico”, lo “correcto”, o simplemente, lo “conveniente”: “Vive bien”, “cuídate mucho”, “disfruta”, “sé feliz”, “ahorra para la vejez”, “olvida los problemas”, “huye de lo enojoso”, y en fin, “vive y deja vivir”.
¿Quién se atreve a refutar estas verdades? ¿Cómo se podrá decir que eso no es lo procedente en toda ocasión, tiempo y lugar? ¿Qué aguafiestas desconsiderado vendrá a contradecirnos, y tratará de llevarnos por otro camino?
Quizá sean solo cuestiones sencillas de óptica, o simples problemas de enfoque, pero es posible que haya algo más, y pudieran ser estas las claves para hallar el verdadero camino que debemos andar. Porque podría suceder que, aquello que se nos recomienda hacer como justo y agradable, no lo sea a toda costa, o que nuestro corazón nos pida en algún momento que lo sometamos a la prueba definitiva del amor. Sí, quizá sea eso, porque ontológicamente, hemos de procurar “vivir bien”, ¿pero debemos hacerlo en todo caso, “junto a la pobreza y la injusticia de los otros?”. Y claro que tenemos que “cuidarnos mucho”, incluso por amor a los demás, ¿pero lo haremos indiferentes y aislados a todo lo que nos rodea, y sin “poner remedio a los males y sufrimientos de los otros?”. ¿Y por qué no “disfrutar de la vida”, que es un don de Dios, y aspirar a la felicidad para la que hemos sido creados? ¿Pero acaso la felicidad y el disfrute de los bienes terrenos es un valor absoluto, junto al dolor y la desgracia que afligen al mundo?
Quizá a partir de tan sencillas consideraciones, alcancemos el tono adecuado para sumergirnos en las conspicuas reflexiones que nos ofrece Jesús, con el ejemplo entrañable, y para él, premonitorio, del grano de trigo, que se pudre y muere en la tierra, para dar fruto abundante en la espiga cuajada que se inclina hacia el suelo, imagen del cuerpo muerto que penderá de la cruz gloriosa, o la propuesta insólita e increíble del aborrecimiento de uno mismo por amor a los demás, que es la llave del reino de los cielos, y por supuesto, la solicitud encarecida de que le sigamos en el servicio apasionado de su obra redentora, para recibir el premio seguro e inefable de la misericordia del Padre.
Y sentiremos en todo lo que hagamos el misterio amoroso de Dios, que nos apremia con palabras de sabiduría.
Horacio Vázquez